Por María Fals
M.A. Crítica e Historiadora del Arte
Asistir a la exposición “El Caribe que respiro” en el Centro Arte con Alma me permitió este fin de semana un acercamiento al buen arte y poder compartir con muchos talentos jóvenes que han convertido una vieja casona de la Atarazana en un punto de encuentros culturales.
Esta muestra contó con la acertada curaduría y la novedosa museografía de Robert Jiménez, los textos críticos de la maestra María Isabel Martínez, la producción de Arte Con Alma y Benjamín Cruz, la fotografía y diseño de everywork, el apoyo publicitario de Milian Reyes y Patricia Ramos.
Estudiantes de término de la Facultad de Artes de la UASD como Gustavo Ricart, Natali Hurtado y Chania Cherestil, publicistas como la joven Ventura Bisonó, artistas talentosos, Philartis R.D y un público altamente motivado participaron en la visita guiada realizada por este pintor costarricense, enamorado de Santo Domingo, llamado Jonathan Humberto Sánchez Naranjo.
Sánchez Naranjo realizó desde la infancia diferentes cursos de arte en su natal San José. Ha participado en varias exposiciones colectivas dedicadas a la interpretación del paisaje urbano, temática que, junto con la representación del cuerpo humano, es trabajada es esta individual que realiza en Santo Domingo, República Dominicana, ciudad donde radica desde el año 2020.
Artista marcado por la Academia, proyecta su obra utilizando bocetos en los que el dibujo anatómico comienza desde el trazado de la osamenta. Luego trabaja en la plasmación de cada músculo que la cubre, destacando la sublimidad del cuerpo humano, reinterpretando su belleza estilizada y la esencia del alma que se aloja en su interior.
Sus personajes, casi siempre mestizos y jóvenes, se cubren con paños blancos o exploran desnudos y gigantes las intimidades de un mercado, cuyas frutas se deslizan tridimensionales hacia el espectador. A veces, sus seres son representados en la edad madura, y se nos muestran resignados, sentados esperando el milagro del mañana a las orillas de un Ozama en resurrección.
En un recodo del discurso museográfico de “El Caribe que respiro” un gato salvaje, revestido de libertad plena, levanta el vuelo sobre los ladridos rabiosos de los perros terrenales. Se desliza sobre el cielo, sobrevolando las aguas, mirando fijamente las fauces que lo amenazan. Otros gatos juguetean en una calle colonial, en medio de un sendero que termina en el rectángulo oscuro de lo desconocido.
Un gallo polícromo entra en combate con la fuerza viril de un hombre vigoroso, una vaca gigantesca camina ajena en medio de los autos que circulan por una callejuela, en el mismo momento que un joven de piel color de luna la espera en guardia. Una gigante en Liliput, versión femenina del Gulliver antiguo, se levanta desafiante en el techo un vehículo y un gran felino observa asustado un ambiente concebido dentro de una escala más reducida.
La zona colonial se reconoce en la arquitectura de la Calle de El Conde, en los edificios de los alrededores de la iglesia de Santa Bárbara, en el Malecón multicolor y hermoso, en los postes de luz envueltos en la maraña de los cables. Los balcones desiertos, las ventanas cerradas, las farolas, la herrería y las celosías de cemento, todos esos detalles son captados con gran perfección por este artista de la línea y del color.
La composición oblicua, la sensación de continuidad, el uso de las líneas diagonales, el picado y el contrapicado en los puntos de vista focales, el manejo fundamental del azul y del verde que aportan frescura y belleza, la conjunción de animales fantásticos con un entorno que le resulta ajeno por su esencia y por su concepción, lo atemporal, lo sorpresivamente real y al mismo tiempo surreal, hacen del mundo mítico de Sánchez Naranjo un refugio no esperado, un espacio iluminado a la vez por lo onírico y lo cotidiano.