Petra Saviñón Ferreras
Terminó una accidentada, convulsa campaña electoral para unas elecciones igual de extraordinarias. Cuánto hemos tenido que ver, oír y decir en estos días en los que la pandemia de Covid-19 quedó pequeña a esa otra que nos batió.
Tan apasionados los dominicanos, como buenos caribeños, en este tramo discutimos con los amigos y con la familia pero todo bien.
Reímos de los políticos y claro, la parte mala, fuimos inundados, infestados, incluso, por mensajes asquerosos con los que los partidos intentaron convencernos de la nocividad y perversidad del contrario.
Así llegó la lluvia repugnante de propaganda no negativa, que es otra cosa, sucia, desvirtuación de declaraciones, respuestas adrede a opiniones que no fueron las expresadas, y la posverdad campeó por sus fueros y por sus “dentros”.
Las tres organizaciones con mayor opción de poder nos dieron una muestra de lo que contienen, ahí abiertas sus entrañas, vimos cómo confluyeron la nobleza y la bajeza, cual hermanas gemelas.
Los tres usaron para su beneficio lo que podían vender como debilidades del otro, aunque supiesen que no era tan cierta esa realidad como la promovieron.
Los tres jugaron con asuntos como la pobreza material y educativa y la sensibilidad religiosa de un pueblo cuya ferviente fe le guía hasta en estos momentos y lo que hicieron fue eso, jugar de forma fría con el objetivo final de atraer votos.
Pero ya casi respiramos, salimos de esta parafernalia, obvio que eso no nos libra de otras situaciones como las que traería un mal gobierno pero por lo menos ese bombardeo mediático cesará un poco, un chin, porque quedan las redes sociales, en las que no hay regulación para hacer campaña.
Que lo peor haya pasado.