Petra Saviñón Ferreras
Las crisis tienen el poder de destruir o fortalecer, tanto a seres humanos de forma individual como a sistemas complejos. Unos y otros sucumben o sobresalen gracias a una misma causa.
Para que en este país los cambios sean positivos, la pandemia covid-19, un nombre fácil de recordar y sobre el que los más optimistas han empezado a hacer bromas, debió ser un motor de acercamiento, de consenso, de discusión de propuestas.
Pero resulta que partidos, iglesias, empresarios y sociedad civil no han logrado aunar sus voces, pese al clamor de los que desean que así sea, que en estos momentos haya un gran cerco común que encierre al virus y sobresalgan soluciones
Sería tan difícil la comunión si esa enfermedad hubiese llegado en otra situación o solo ahora porque las elecciones a la puerta obligan a sostener los esfuerzos en otra dirección, en la de alzarse con un triunfo que en estas circunstancias quizás ni sea tan placentero.
Tan ocupados los políticos en llevar soluciones al pueblo y en cacarearlas después, tan atareados los empresarios en salvaguardar sus negocios, en demandar asistencia estatal, que la petición de una cumbre es casi inaudible.
Las iglesias, a las que todos los candidatos usan como mediadoras para repartir sus ayudas, por la credibilidad de la que pese a cualquier cosa gozan en la población, han invitado a todos los actores a sentarse a la mesa, pero su insistencia ha sido opaca y tal vez pensaron en que mejor dedican el tiempo a fortalecer la fe.
Así vamos, entre el afán de muchos por sobrevivir con lo poco que pueda llegarles por cuenta propia o de manos del Estado, la ambición de poder de otros y el interés de unos más de preservar sus emporios, su fuente de riqueza.
San Ramón nos saque con bien.