Petra Saviñón Ferreras
La población, sometida a tantos asaltos a mano y facturas armadas soporta entre estoica, brava y angustiada tantos embates de la delincuencia común y de la otra, la institucional que la desnudan de derechos y de propiedades, que por lo general están enlazados.
La despojan los asaltantes en las calles, en las casas, en los vehículos, durante la noche, a plena luz del día…
La atracan las entidades que deben velar por su bienestar, con facturas eléctricas cada vez más descontroladas, con alzas de precios, con impuestos que ahogan a las pequeñas y microempresas.
Igual le roban con el suministro de servicios públicos pésimos, de salud, de educación, de protección social, permeados por la burocracia nacida tal parece para complicar las cosas más ligeras.
Es como para tirarse a lanzar gritos a mitad del desierto o de alguna vía que en este país nunca están desoladas.
Desespera, desgarra este aumento de víctimas directas de la violencia y hasta indirectas como las ocho personas que han sido abatidas este mes alcanzadas por tres pleitos ajenos.
Abate esta desazón que impera entre una ciudadanía que ya no sabe qué le espera en este guión armado sobre la marcha por directores que tal vez buscan culminar con un protagonista enloquecido, enfurecido o ambas.
A lo mejor aguardan la trama con un actor que sin ganas ni juicio para medir consecuencias, acabe por actuar con su propio libreto desaforado y de terribles resultados, y de lo que hace rato ya da indicios con protestas y justicia a mano propia.
Una población que siente la depredan por todas las vías, la aniquilan y la esquilan necesita otras respuestas.