Petra Saviñón Ferreras
Los adolescentes siempre han sido una población vulnerable, expuesta a tanto, balanceada en los extremos, con una tasa de depresión alta y ahora un apego enfermizo a la tecnología y alza de suicidios. Amén de las precariedades que enfrenta la mayoría que limitan su pleno desempeño.
El conocimiento, las explicaciones científicas sobre su comportamiento nos hacen reparar más en sus situaciones, nos vuelven más sensibles, más comprensivos. Pero sí, todavía falta labor desde la familia y desde el Estado.
Es cierto, poco a poco empezamos a manejar de otro modo lo que antes resolvíamos a insultos, a golpes. Empezamos a ponernos en el lugar de esas personas en evolución física y mental y en confusión y hasta a recordar nuestra propia etapa de indecisiones.
Mas, todavía queda mucho camino por recorrer, mucho desandar lo acostumbrado para borrar los patrones por tantos años seguidos y ese proceso amerita de un trabajo multidisciplinario.
El sistema educativo debe acompañar a las familias en el desarrollo de modelos enfocados en la sana convivencia, en el respeto, en el buen trato que genere seres asertivos, capaces de construir otra sociedad.
Mientras más amor propio tiene un ser humano, más aportes estará en condiciones de hacer. Esto vuelve cardinal formar entes sanos, con valores, y la adolescencia es una época crucial para forjar el carácter. Lo dicho y hecho a la gente en esta etapa marca demasiado, para bien y para mal.