Petra Saviñón Ferreras
Entre tantas cosas buenas que incluye el catálogo de pedidos para Año Nuevo, salud, dinero, éxito, amor inclinan la balanza y conforman ese guion antiquísimo que va de boca en boca y ahora de red social en red social.
Mas, ahí está en una esquinita cuasi invisible un valor que rara vez o nunca es codiciado. Igual, claro que muchos otros tan valiosos. La honestidad, que ha de ser parte de la carta de presentación de todo ser humano, queda relegada entre esas peticiones y el año entero.
Cuánta necesidad tenemos de aferrarnos, de asirnos a esa cualidad desde los aspectos más básicos, cardinales, hasta los más sencillos. Desde la edad más adulta, hasta la más tierna.
Cuántos malos sabores, cuántas amarguras, cuánto mezquindad evitásemos si asumiéramos esa virtud en su más amplia expresión. Qué mundo tan distinto crearíamos con solo aplicarla en cada acto, con promoverla a cada paso.
La asunción de esas nueve letras refleja cambios drásticos desde el manejo del hogar, hasta el estatal. Esencial para la sana convivencia, para la transparencia, el respeto, la justicia. En resumen, para el fortalecimiento de la condición humana.
Todavía hay tiempo de incluirla en la lista de aspiraciones, de conquistas por alcanzar. Aún hay espacio para abrazarnos a ese ideal de mundo mejor en el que es clave la palabra honestidad.
Qué buen regalo para chicos y grandes una buena dosis, la prédica con el ejemplo, la muestra de que de cierto asumirla nos transforma y de paso nos quita pesadas cargas.
Así, ahora es lugar de trabajar para que el deseo de que el universo sea más honesto pueda ser cumplido y vaya más allá de una aspiración. Con la práctica, porque a hacer hay que aprender al hacer.