Petra Saviñón Ferreras
“No es obligado pararse a darle asientos a nadie. Para eso están los marcados”. La manera en la que el joven hablaba en el tren denotaba que sabía de leyes, mas no de sensibilidad.
Aunque iba de pie y por tanto, no le perjudicaba que una viejita y una preñada lograran sentarse pese a que no había disponibilidad, igual no le gustó que un grupo de jóvenes (hembras y varones) sentados fueran conminados a mostrar solidaridad y ceder sus espacios.
Su queja halló compañera. Otro joven que también viajaba parado, le apoyó y argumentó que no había preñado a la muchacha que reclamaba sentarse y citó a Estados Unidos y a Francia, “países desarrollados en el que las embarazadas no tienen ningún privilegio”.
Increíble como tomamos de referencia, de común al país norteño, para denostar el nuestro pero en este caso el ejemplo no fue el mejor.
Enarbolar cómo señal de desarrollo que una persona en condición especial no tenga “ningún privilegio” es un atraso terrible porque privilegio no es el término aplicable.
Ante la avalancha de crítica de hombres y mujeres, el primero que habló trató de justificar su actitud con la excusa de que no está opuesto a que les den asientos a personas con determinadas condiciones pero que no es una obligación, por tanto el que no quiere no lo hace.
Es evidente que cuando hablaba de obligado hacía referencia al aspecto legal. Algo así como si no está en las leyes, no tengo sanción y por tanto no estoy compelido a hacerlo.
Es evidente que desconoce por ignorancia o conveniencia que no todo lo legal es correcto (el apartheid era legal, la trata de esclavos) y que muchas cosas correctas no estarán contempladas en ninguna norma. Quizás porque la sensibilidad, la cortesía, el amor al prójimo no necesitan ser regulados.
Es evidente que esas dos personas tienen una gran discapacidad, están carentes de la condición humana que mueve al mundo a mantener el ritmo, a amar.