Petra Saviñón Ferreras
El respeto a las opiniones, al pensamiento distinto es una obligación inviolable y ese comportamiento ha de ser exigido y propiciado. Así mismo, es un derecho y un deber.
Mas, ocurre, ay, claro que sucede que solemos pretender tolerancia por una única razón, porque tenemos la verdad absoluta y entonces más que prevalezca esa virtud, lo que en realidad buscamos es reconocimiento sin admitir cuestionamientos a lo que decimos y/o hacemos.
Un ejemplo concreto es la protesta de grupos procausales del aborto contra la senadora de Azua, Lía Díaz, y el diputado de Barahona Moisés Ayala. Una pediatra, el otro ginecoobstetra.
Los manifestantes acudieron hasta la casa de la legisladora y peor aún, a la de los padres del representante barahonero a piquetear y por horas vociferaron consignas con las que defendían su punto. Su verdad incuestionable.
Ahí queda evidenciado que ese respeto que tanto exigen esos grupos es nulo al momento de asumir como un derecho ajeno la corriente diferente, de aceptar las voces que desde el lado contrario emiten sus argumentos, esos en los que creen y los que tienen la total prerrogativa de defender. Sí, lo mismo que los otros.
Tal como expusieron los médicos provida solidarizados con sus colegas “así como no tenemos intención de acosarlos, ni lo haremos jamás, porque no tenemos derecho a hacerlo, tampoco pueden ellos perturbar la paz de esos médicos y la de su familia”.
Nunca mejor dicho.
La traducción es que la asunción del concepto tolerancia debe ser en toda la extensión de la palabra, no en la parte conveniente.