Petra Saviñón Ferreras
El mismo día en el que el científico australiano David Goodman ponía fin a su vida mediante un suicidio asistido en Suiza, un joven pescador dominicano salvaba de las aguas del mar Caribe a una muchacha que intentó matarse.
El naturalista de 104 años fue ayudado a morir mediante una inyección letal y viajó desde su país porque allí las leyes no permiten ese tipo de procedimiento.
Lo acompañó parte de su familia y una amiga miembro de una de las organizaciones no gubernamentales que ayudan a la gente a morir. Mientras era inyectado escuchaba una sinfonía interpretada al piano por su nieto.
En Suiza las personas pueden recibir ayuda para poner fin a su vida desde los 40 años de edad y muchos extranjeros viajan a recibir esa asistencia.
Es algo parecido al turismo de salud que implementa República Dominicana pero a la inversa, sobre todo, porque no solo acogen casos de eutanasia.
En el contrapolo, en muchas partes del mundo entidades previenen el suicidio y según sus estadísticas la mayoría de los que fracasa en el intento termina arrepentido. Sí, como la chica salvada por el pescador a la altura de la autopista de las Américas.
Estos dos extremos muestran que el mundo es cada día más ancho y más ajeno. Cada uno tiene sus defensores y cada defensor esgrime razones que considera válidas.
Así, para unos los que arrebatan vidas al suicidio son héroes y para otros lo son los que ayudan a esas vidas a poner fin a lo que las acongojan, pero con la muerte como alternativa.