Nelson Encarnación
El autor es periodista
El ingreso per cápita de una nación es una de las mentiras mejor formuladas que pone a todos los ciudadanos a recibir la misma cantidad de la riqueza nacional, aunque sabemos que son solo cifras distribuidas sobre papel.
Es como un juego de espejos donde creemos estar viendo una imagen real cuando lo cierto es que miramos una ilusión, pues la imagen real está en otro lado. En este caso, en manos de los pequeños grupos que siempre tuvieron, tienen y tendrán más que el resto de toda la población junta.
Sin embargo, es la metodología universalmente aceptada para medir lo que produce una nación en un período determinado y lo que en teoría toca de esa riqueza a cada habitante, aunque sea solo como ilusión.
Veamos la anécdota de Bill Gates entrando en una cafetería donde ya se encuentran otros cinco individuos. En ese momento, y gracias a la mentira de la distribución per cápita, los seis ingresaban al selecto grupo de las personas más ricas del mundo, cuando en realidad el único en esa categoría era el magnate de la tecnología.
Lo anterior lo exponemos para resaltar la parte positiva del per cápita, pues según las cifras, el ingreso por habitante en la República Dominicana ha crecido un 48% desde el año 2020, al pasar de 7,544 a 11,200 dólares, producto de que nuestra economía registró un crecimiento sostenido, pese a la debacle mundial provocada por el covid-19.
¿Con qué se come eso? Es la pregunta que se formulan en la calle quienes no saben de esas cuestiones.
En palabras entendibles se pudiera señalar que una economía en crecimiento permite que la gente obtenga más fácilmente un empleo; que quienes venden algo consigan compradores para su mercancía, en fin, que resulte más simple enrolarse en la dinámica económica.
Por el contrario, una economía estancada o de exiguo crecimiento opera exactamente a la inversa, es decir, que la actividad general y las iniciativas individuales tienen muchas más probabilidades de irse a pique.
Que nuestra economía tenga crecimiento sostenido —aunque sea ligero—, es bueno para todos, pues cada individuo recibe algo de su impacto, pese a que no lo vea tangible en su bolsillo.
Peor es allí donde no hay para distribuir, ni siquiera ilusión.