Por Margarita Quiroz
Siempre decía que el sábado era mi día favorito, no sé si de ahora en adelante podré decir lo mismo. Desde del pasado sábado 2 de septiembre ya tú no estás.
Dios te llamó de una forma tan repentina y hasta absurda, desde mi punto de vista, que aún me resisto a entender por completo esta cruel realidad.
Era el día de compartir en familia, luego de una semana de tanto trabajo. Ese sábado fue tranquilo, soleado… y tú, que eras de carácter alegre y divertido, irradiaba una alegría inusitada que hasta por momentos me saltó a curiosidad.
Pasó lo que sabemos, esa noche, la muerte como ladrón silencioso te arrebató de nuestras vidas. Te fuiste sin despedirte, sin preparar maletas, pero fue tanto lo que sembraste, en este espacio terrenal, que nos da el consuelo, a todos, de recordarte como eras y como viviste.
Leo, solo decirte que descanses… descansa mi amor. Te diste por completo a tu familia, a tus hijos, amigos y a todo el que te necesitaba. Es tiempo de descansar.
Son tantas las cualidades que te adornaban que mencionar algunas sería lo más justo de nuestra parte.
Eras la solidaridad hecha persona, excelente y exitoso profesional, trabajador incansable, conciliador, honesto, ético, estratega, hijo respetuoso y cariñoso, el compañero ideal, padre ejemplar y el amigo del amigo. No es fortuito que tanta gente te halla llorado y aún te llore.
Para mí eras un cerebro de la comunicación. Trabajaste para tantas figuras políticas y creaste otras tantas. Joaquín Balaguer, José Francisco Peña Gómez, Jacobo Majluta, Hatuey De Camps, Leonel Fernández, Danilo Medina, Vicente Bengoa, Miguel Vargas Maldonado, Jonny Jones, Rogelio Genao, Alexandra Izquierdo, Molesto Guzmán. Sé que se escapan algunos.
Nunca entendí como lo lograbas. Tu trabajo siempre era exitoso y cada uno de tus amigos (no clientes) quedaban complacidos.
En definitiva, la clave era tu profesionalidad y discreción, A muchos le trabajaste de gratis, en nombre de la amistad, ese valor en que tanto creías. “Negra, en la vida no siempre debe importar dinero”, me decías.
Gran maestro del periodismo, pero nunca terminaste de aprender, siempre estudiabas, organizaba seminarios y devorabas libros mensuales con una facilidad asombrosa, curiosamente, en la intimidad de nuestro baño.
Tuviste una vida muy activa, en todos los órdenes, y de poco te arrepentiste. Una noche, durante nuestras largas conversaciones, me confesaste que de lo único que te arrepentías era de haber rechazado la Dirección de Prensa de la Presidencia, en uno de los gobiernos de Balaguer.
Siempre fuiste un amigo solidario. Hace menos de dos años viajaste a Santiago a buscar a un amigo periodista que estaba delicado de salud, y atravesaba una crítica situación económica. Lo ingresaste en una clínica de la ciudad.
Pero, dos días antes de tu partida, me acompañaste a ingresar a otro amigo, que nos había confesado que se estaba muriendo.
La pena de un hijo, de un familiar, amigo e incluso hasta de personas desconocidas, te hacían saltar las lágrimas. Lloraste a Emely, la crueldad de su asesinato te llevó a decirme que esa muerte te había dado muy duro.
Me imagino que, al verla también visualizabas a tu amada Victoria, tu hija mayor que partió, hace un año, a los brazos del Señor, víctima de un fulminante cáncer, así como el paro cardiaco que te arrancó de nuestro lado.
Aunque sabíamos de tu desprendimiento y amor por los demás, durante el velatorio escuchamos a tantas personas agradecer alguna obra que tu habías hecho en sus vidas, Leo, que gran satisfacción, porque esto unido al gran padre que fuiste, reconocimiento que hoy te hacen tus 14 hijos, y al compañero de vida excepcional, estoy segura que te abre el camino para que descanses al lado de Nuestro Señor.
Fuiste un padre genial como te decía nuestra hija Rommy, un papi lindo como te llamaban tus primeros hijos.
Eras el máximo representante del positivismo, para ti todo tenía solución. “No desesperíes”, “Dios está con nosotros”, “Dios aprieta pero no ahorca”, eran algunas de las frases de aliento con que siempre nos mimabas. Siempre procurando porque tu familia sintiera calma y seguridad.
Ya en el otoño de tu vida, quisiste hacer varias pausas por tu salud y la familia. Siempre me recordabas que tu mayor preocupación era tu princesita, nuestra pequeña Sarah Leonor, que Dios permitió que sea especial, para convertir los últimos años de tu vida en especiales.
“Sarah llegó para alegrarme la vida”, decías cuando la veías reír o escuchar una de sus ocurrencias. Te apegaste tanto a ella que todos en casa debíamos de rendirte un informe sobre qué hizo Sarah hoy, el propósito era reproducir lo escuchado, con el mayor orgullo, a tus otros hijos y a amigos.
“Yo sé que papi no está aquí, pero él está en un mejor lugar”, dijo tu princesita el día siguiente de tu partida. Por ella, y por todos nosotros, te pedimos que descanses en paz. Te lo mereces, trabajaste demasiado en beneficios de todos. No dejaste fortuna, pero si una gran impronta a imitar y esa es la razón por la que nos sentimos orgullosos de ti.
Desde hoy debemos recordarte como eras y como viviste. Agradecer a Dios por los años que pasaste a nuestro lado, por tu entrega y todo lo que nos enseñaste.
Descansa en paz, mi amor, siempre recordaré tu hermosa sonrisa.
Tu Negrita