Petra Saviñón Ferreras
En mi artículo de dos semanas atrás planteó razones por las que considero falso afirmar que ser hombre en este país es un privilegio ¿Significa esto que ser mujer sí, lo es? En modo alguno. Sería como aquella tonta creencia de quien no está conmigo está contra mí.
El objetivo fundamental del texto anterior, lo mismo que el de este, es incentivar a una búsqueda verdadera de equidad, de equilibrio, que reitero e insistiré siempre, no deje partes convenientes.
Debe empezar, claro, por erradicar seudoempoderamientos que nada aportan al desarrollo de capacidades reales y sustentarse en la sinceridad. Lo primero es creer en ese poder y esto evitará paradojas. Es asumir la prédica.
Ejemplos y ejemplos tenemos a mostrar. Desde la censura a los colores que dividen a niños de niñas comienza esto, bien pegadito al nacimiento. Así cabe preguntar si los colores no tienen sexo por qué unos para hembra y otros para varón.
Esta crítica a ese esquema cae de bruces, sin embargo ante la realidad constatada ¿Cuántas mujeres, por más igualdad que proclamen ponen a sus hijos recentinos (recentales para los no campechanos) ropa rosada?
La cosificación es otro elemento tan explotado en esas condenas al sistema pero igual ahí aquí un contrasentido.
Por un lado, reproches a los anuncios en los que salen cuerpos femeninos semidesnudos y en posturas sugestivas y por el otro defensa a las publicaciones en redes sociales en las que mujeres no dejan poco a la imaginación, la hacen volar, porque ese es su cuerpo y es su derecho.
Mas, en ese tema sigue la incoherencia. La fiscal Ana Villa Camacho, por ejemplo, fustiga esos comerciales pero cuando habla del “chapeo” aunque dice que no está de acuerdo expresa que a esos hombres no les colocan una pistola en el pecho para chapearlos. A las féminas que aparecen en publicidad escasas de ropa tampoco, supongo.
La lista abarca del mismo modo el trabajo, como si fuese una conquista reciente. No obstante ocurre que las mujeres laboran desde la era precristiana. Eso sí, lo hacían entonces las pobres y salían con sus hijos pequeños atados a la espalda o llevados de la mano y era ardua la faena. Incluía labores agrícolas.
Es posible que María, la propia madre de Jesús también lo hiciera. Por cierto vista por algunos y algunas como poco menos que una mojigata, lo que contrasta con aquella escena bíblica en la que impulsa a su prole a hacer aquel milagro, su primero, de convertir el agua en vino, sin consulta previa.
Entonces, para seguir en el ruedo es menester una asunción auténtica de poder, que implica responsabilidad ser y actuar en una sola. Es así como recordar puntos sencillos y básicos es cardinal.
No es alejar a las mujeres de los oficios tradicionales lo que las hará poderosas, es acercar a los hombres a esos quehaceres y así extrapolar esta sencillez a todas las áreas de la vida. No es la igualdad tener derecho a hacer las cosas negativas, dañinas que hacen los varones, es lograr erradicarlas.
Y haréis justicia