Petra Saviñón Ferreras
Como algo cada vez más común, vemos crecer las cifras de suicidios en una población que no rebasa las cuatro décadas y cuyo grueso más vulnerable está entre los 15 y los 20 años.
Aunque extendida está la opinión de que el responsable de esa terrible decisión es el suicida, es bien clara la incidencia de factores, incluso directos, como la promoción de esa acción, con mayor énfasis entre adolescentes. Una semilla atroz que puede caer en la tierra fértil de un individuo vulnerable.
La salud mental es un tema descuidado por un Estado que quizás como vivo reflejo de una sociedad incapaz de comprender la tragedia, retrata ese desconocimiento.
Lo cierto está a la vista, la mayoría inmensa de los que han dado final y bajado el telón al drama de sus vidas, sufrieron, algunos por largo tiempo, fuertes depresiones.
Así, la enfermedad del siglo arrebata planes, sonrisas, convivencia y coloca pesadas cargas a quienes la arrastran, sin que sea tomada con la rigurosidad requerida, porque de forma paradójica aún no es asumida de modo general como una patología.
Mal que destruye cuerpo y mente, provoca perdida de ánimo, de memoria, y destroza la capacidad de raciocinio. Generador de otras enfermedades terribles como cardiopatías, diabetes y hasta cáncer.
Es ese aumento de desgracias y sobre todo el alza de los suicidios, lo que debe mover a las autoridades a ampliar la red de asistencia en salud mental para que la falta de recursos económicos no sea obstáculo que impida acceder a ayuda efectiva y oportuna.
Por un país saludable en toda la extensión de la palabra.