Nelson Encarnación
Es posible que la referencia existente sobre el carácter insostenible del patrullaje militar haga que muchos piensen que en esta oportunidad también sucederá lo mismo que en el pasado, cuando ante el desbordamiento de la delincuencia, el Gobierno se vio precisado a ensayar soluciones similares.
Sin embargo, no necesariamente lo que fracasó en el pasado tiene que correr la misma suerte ahora, pues cada situación es única, aunque las condiciones pudieran ser parecidas.
Por ello, la gente sensata de este país, la que ama de verdad esta tierra, debe respaldar a las autoridades en este nuevo esfuerzo por devolverle la tranquilidad a la familia dominicana y garantizar la seguridad de cada persona que se moviliza por nuestras vías públicas, sean nacionales o turistas. La delincuencia es como las enfermedades, que no distingue entre ricos y pobres; negros o blancos; hombre o mujer; viejos o jóvenes. Es decir, todos estamos expuestos.
Quienes se oponen—bajo cualquier razonamiento, que puede ser hasta válido—al uso de las Fuerzas Armadas como complemento de la Policía Nacional en la garantía de la seguridad ciudadana, quizá lo hagan de buena fe, dado el elevado costo que esas operaciones implican.
Ahora bien, las familias que hemos pasado por el difícil momento de ser víctimas en tres oportunidades de delincuencias, como en nuestro caso, tenemos otro criterio. Mis dos hijos han sido asaltados, el primero en un barrio de clase media junto a varios compañeros que celebraban el final de cuatrimestre, y aunque le demostramos a la Policía que los asaltantes andaban en un vehículo del Gabinete Social de la Presidencia—dirigido al momento por la entonces vicepresidente de la República, Margarita Cedeño—el cuerpo de orden nada hizo. El otro fue asaltado saliendo a prima noche de la Universidad Apec, y aunque por igual le evidencié a la Policía que los autores fueron miembros de esa institución que no temieron actuar al lado de la Dirección Nacional de Control de Drogas, tampoco se hizo nada.
Antes de estos asaltos, mi casa fue tiroteada por delincuentes, uno de cuyos proyectiles impactó a escasos dos pies sobre la cama donde dormía mi hijo menor, y que yo supiera tampoco se actuó.
Es decir, que tenemos motivos suficientes para expresar todo nuestro modesto respaldo, no solo a que se haya lanzado a los militares a patrullar las calles, sino a que esa decisión se mantenga hasta que las autoridades recuperen el control de la seguridad. Y eso incluye—como advirtió el presidente de la República—asumir el costo que sea necesario.
Tengo bien claro, y lo sostengo públicamente, que el mejor delincuente es el que está siete pies bajo tierra.