Petra Saviñón Ferreras
Unos dicen que el presidente Luis Abinader quería medir el pulso con el anuncio de la reforma fiscal, otros que el rechazo contundente le hizo desistir, traducido al dominicano, recular.
Habría que ver quién recomendó al mandatario tal medida en estos momentos en los que la población está sensible, atormentada por una crisis económica que nadie admite en el tren gubernamental pero que el presupuesto familiar conoce y sobre todo sufre.
Los precios de los productos básicos experimentaron un alza estrepitosa y a esta espina en el bolsillo le acompaña la pérdida de empleos, la cantidad de personas que queda solo con el dolor y la mano en la cabeza.
Sería una imprudencia en estas circunstancias plantear desde el Gobierno y aprobar en el Congreso una reforma tributaria que significa más impuestos, comprar más caros los alimentos, limitar los fondos de la gente.
El discurso del gobernante en el que anunciaba que desistía de esa propuesta, arrancó reacciones de elogio desde amplios sectores. Partidos, empresarios, organizaciones de trabajadores, incluso funcionarios que definieron su jefe como un hombre sensible. Maña fuera.
Es momento de pensar en lo que más conviene a la mayoría de los dominicanos, cuyos recursos apenas le permiten comer y a veces mal comer. Es la hora precisa de echar un ojo al gasto superfluo, banal, evitar el despilfarro y dar el mejor uso al erario, al dinero de todos.
Esto lo agradecería la población porque representa mayor calidad en los servicios esenciales, salud, educación, techo.
Por el bien de la nación y del Gobierno fue una decisión sensata la de retroceder. Ahora a pensar en los más vulnerables.