Por Nelson Encarnación
Los últimos acontecimientos políticos en América Latina han venido sin hablar de la vieja y heroica resistencia del pueblo cubano a seis décadas de una brutal agresión económica, lo que se le ha venido encima a Washington ha sido un nuevo despertar y la puesta en escena de una realidad que no previeron los gobernantes norteamericanos.
Si empezamos por su vecino más cercano en el sur, México, la llegada de Andrés Manuel López Obrador supuso un cambio radical de la sumisión de 18 años bajo las presidencias de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, durante las cuales los orgullosos mexicanos no sabían si mandaba su gobernante o el inquilino de la Casa Blanca.
López Obrador ha enseñado que se puede ser amigo y socio del vecino, pero no sumiso, rescatando la dignidad de los grandes estadistas mexicanos de hace al menos siete décadas.
Hoy México es más respetado y admirado, y no creo que extrañe nada de los tres peleles previos a AMLO.
Una rápida mirada a la historia de las relaciones que los Estados Unidos ha mantenido con sus vecinos en el continente, nos revela que estas han girado en dos aspectos bien definidos.
Uno, Washington ejerciendo una tutela próxima al colonialismo, la cual ha sido permitida por los gobernantes de los territorios que han sido tratados de ese modo, y que, muy a nuestro pesar, ha sido la mayoría.
Dos, unos pocos Estados que se han hecho respetar, y si bien algunos han mantenido relaciones cordiales con Washington, estas han sido sobre la base de la igualdad, mientras otros lo han confrontado de manera abierta.
Esa misma historia demuestra que cuando los países son dignos y se dan a respetar, Estados Unidos recurre a la coacción aplicando sus malhadadas sanciones, generando a los pueblos penurias y precariedades que rondan lo criminal. Casos Cuba, Venezuela y ahora las amenazas a Nicaragua.
Sin embargo, el nuevo despertar de los pueblos ha llevado al triunfo de la candidata Xiomara Castro, en Honduras, encabezando la boleta de un partido fundado por su esposo Manuel Zelaya, derrocado por un golpe cívico-militar instigado tras bambalinas—como ha hecho casi siempre—por el Gobierno estadounidense.
La nueva presidenta hondureña, casi seguro, procurará llevarse bien con Washington, pero dudo que sea una mandadera al estilo de los gobernantes del derrotado Partido Nacional.
Al cambio de rumbo político le aguardan algunas sorpresas más, mientras los chinos bailan a la espera de sacar provecho.