No hubo sorpresas. Portugal reeligió hoy a al carismático Marcelo Rebelo de Sousa para ocupar la Presidencia por otros cinco años en unas elecciones inéditas marcadas por la abstención y el confinamiento impuesto por la covid, que golpea con dureza al país con más de 200 muertos diarios en la última semana.
Los vaticinios sobre una abstención histórica se cumplieron y la cifra superó el 60 %, según los primeros datos provisionales, pero erraron los pronósticos de quienes apuntaban una segunda vuelta.
Con alrededor del 90 % de los votos escrutados, Rebelo se apuntaba el 61,2 %, un resultado que consolida sus apoyos entre la derecha moderada y su avance entre los votantes socialistas.
El segundo lugar se disputa voto a voto entre la ex eurodiputada socialista Ana Gomes y el líder de la extrema derecha, André Ventura.
El resto de aspirantes queda por debajo del 5 %: Los izquierdistas Marisa Matías y João Ferreira, el liberal Tiago Mayan y el independiente Vitorino Silva.
Más de 9,9 millones de electores, un millón y medio en el extranjero, estaban llamados a las urnas para elegir al jefe del Estado en plena tercera ola de pandemia.
Ha sido una jornada inédita, con largas filas de votantes, no tanto por la afluencia masiva a los colegios electorales sino por las medidas anticovid que ralentizaron el proceso.
Una jornada también en la que se registró un nuevo récord de víctimas por la pandemia en el país: 275 muertos y 11.721 contagios desde el sábado.
Un drama que anuncia un segundo mandato difícil para Rebelo de Sousa.
«Quien no quiere complicaciones en medio de la tormenta, elige estabilidad», resumía hoy el analista Paulo Portas, para explicar el éxito de Rebelo de Sousa en las urnas.
A sus 72 años, Rebelo afianza su base en la derecha conservadora y araña apoyos entre los votantes socialistas.
Este político conservador, carismático y cercano a los ciudadanos -una cualidad que se ha traducido en una valoración envidiada por buena parte de la clase política lusa- es consciente del desafío que asume en un país, que empezaba a levantar cabeza tras el rescate de la «troika» y que enfrenta de nuevo el fantasma de la crisis por el golpe de la covid.
Será un árbitro dispuesto a intervenir en caso necesario, como ha hecho durante su primer mandato, siempre dentro de los límites constitucionales. No en vano este experto en Derecho Constitucional participó como diputado en la redacción de la Carta Magna lusa y conoce bien sus márgenes.
Entre sus atribuciones, disolver el Parlamento, convocar elecciones e incluso vetar leyes.
Además, no ha dudado en tirar de vez en cuando de las orejas al Gobierno del socialista António Costa. Su excelente relación no ha estado exenta de encontronazos, el más sonado en 2017, tras los incendios que dejaron un centenar de víctimas y que derivaron en la renuncia de una ministra.
Tampoco se ha mordido la lengua en las últimas semanas, en plena campaña electoral, sobre la gestión de la tercera ola de la pandemia que ha convertido a Portugal en el primer país del mundo en cuanto a número de contagios por habitante.
Su victoria ha sido aplaudida desde la derecha y la izquierda, en especial por los socialistas, que gobiernan en minoría y que reciben su triunfo como «una buena noticia» porque aporta «estabilidad política y continuidad para una práctica responsable de cooperación institucional».
Valores, subrayan los socialistas, que «son todavía más importantes considerando la crisis que estamos atravesando».
Una abstención que ronda el 60 por ciento es, sin duda, llamativa en cualquier elección, pero considerando el cuadro creado por la pandemia en un país confinado demuestra la extraordinaria voluntad de los portugueses por votar.
«La abstención ha sido más elevada de lo que se esperaba», aunque «con la pandemia hay que agradecer a los portugueses que hayan acudido a votar», admitía Marcelo Rebelo de Sousa.
También los socialistas han reconocido el esfuerzo de los ciudadanos por acudir a las urnas en el escenario covid.
Un esfuerzo que ha frustrado los vaticinios de quienes adelantaban una abstención superior al 70 % -que inicialmente podría haber beneficiado más a la extrema derecha- y de quienes apostaban por una segunda vuelta, que hubiera complicado el proceso por las limitaciones que impone la pandemia.
EFE