Petra Saviñón Ferreras
Tantas veces criticamos las acciones policiales que dejan luto, desgarramiento emocional y familiar y tantas nuestras voces caen en el vacío. De vez en cuando sonreímos y congratulamos las buenas nuevas de los agentes, que deben ser la regla.
Mas, resultan tan frecuentes los atropellos verbales, físicos y morales a la población que los buenos gestos quedan opacados por bestialidades como las detenciones ilegales, las golpizas, las muertes en intercambios de disparos que a las claras sabemos son otra cosa.
La lista es larga y conocida y por eso es necesario mantenerla siempre fija, porque ignorarla es complicidad.
La sangre hierve cuando topamos con situaciones como el arresto de una madre y/o de otros parientes (a veces con algopiá incluida) para obligar a un acusado a entregarse.
Claro que los agentes saben que es ilegal esa detención, y qué les importa. Igual son ilícitas las barbaridades que cometen en muchos casos sin sanción alguna y a lo mejor por eso incurren.
Los altos mandos insisten en que sanean y negarnos a creerle sería abusivo pero el trabajo debe ser persistente, constante, firme, con capacitación, con énfasis en el respeto a los derechos humanos.
La Policía está compelida a recordar cuál es su deber, la misión que asume cada uno de sus miembros cuando jura servir a la patria y proteger a sus ciudadanos.
Los malsanos que hacen de las tropelías su modus vivendi ¿Es que olvidan rápido esa promesa o es que nunca tuvieron intención de cumplirla?