Petra Saviñón Ferreras
Como una saga, los atropellos de la Policía van en sucesión por temporadas con el mismo modus operandis. Es como si de un plan organizado tratara y el cuerpo del orden decidiera que el nuevo mecanismo para violentar los derechos humanos será con efectividad nacional.
Así, es como si el método de represalia coordinado ahora es detener a los ciudadanos, que luego son llevados golpeados a centros médicos donde mueren y claro, a esos decesos prosiguen las más variadas excusas. Pero en otros casos no hay modo de excusar, porque golpean frente a multitudes.
Preciso las justificaciones absurdas irritan a una población vejada por tantos siglos, cansada de abusos de toda índole y de un organismo que no la respeta y menos la protege. Entonces vienen esos incidentes que encienden la mecha y la gente salta, grita, reclama en las calles.
Qué bueno que ocurra, que la población nunca olvide sus derechos y es igual de importante que el discurrir de los días, de noticias que superan a otras no maten ese ímpetu, esas ganas de reclamar justicia y que menos lo haga la ineficiencia de las autoridades.
Una nación que exige, que conoce cómo debe operar un Estado, es un conglomerado que logra avances en su institucionalidad, en su democracia y que obliga a mirarla de otro modo, con respeto, con decencia.
De ahí la relevancia de que este grito no cese hasta que los grandes atropellos oficiales que destrozan esta sociedad sean erradicados y que la dejadez a nadie dé cabida para pensar que puede reducir la dignidad, el valor de la persona humana.