Petra Saviñón Ferreras
La autora es periodista
La campaña electoral pasaba sin alteraciones, sin altercados de importancia, hasta que en la recta final, esta semana, empezaron las divergencias más serias, las denuncias de campaña sucia y hasta de amenazas.
Desagradable todo esto, cuando íbamos tan bien, con una promoción de candidatos basada sobre propuestas, sobre respeto y decencia y así había que finalizar en las urnas, con ánimos de que todo salga bien, con la mayor intención de fortalecernos.
Aunque ya está cerrada la puerta a la propaganda, siempre hay formas de meter de contrabando un anuncio velado, uno que otro dardo envenenado.
Qué pena que esto ocurra al echarse la paloma. Hasta algunos líderes cristianos han tomado partido y andan en pugna entre sí. Parece que olvidan que así como tienen el derecho a decidir por quién votar, esa misma potestad le asiste a su grey.
Lo mismo ha pasado con grupos de carácter social, que creen que sus integrantes están obligados a sufragar solo por candidatos con tal o cual postura sobre temas controversiales que dividen a la sociedad.
Ni las iglesias ni ningún otro colectivo de la índole que sea debe imponerse, elevarse por encima de la voluntad libérrima de sus miembros y esto ni siquiera amerita discusión.
Así ha de ser, sin que esta decisión repercuta en el trato dispensado a ese feligrés, o activista, que es igual votante, sin que sea maltratado por asumir libre albedrío.