Petra Saviñón Ferreras
Como una premonición, dos días antes de las elecciones primarias la Iglesia católica ofició una misa para que todo transcurriera en paz, sin alteración del orden y que los partidos de la Liberación Dominicana y Revolucionario Moderno eligieran a sus candidatos en diafanidad, con el sello de la unidad como protagonista.
Pero ayyyy
No habían concluido aún los sufragios y ya el sector que en la organización oficial encabeza Leonel Fernández estaba arremolinado alrededor de los centros de votación para evitar que fuese culminado el “fraude” que impediría que el tres veces presidente de la República obtuviera la candidatura para optar por la cuarta victoria.
De ahí en adelante ha sido la debacle, la manifestación en la Junta Central Electoral, las acusaciones de hackeo, en complicidad con empelados de ese organismo, las advertencias de situaciones desagradables si los resultados que dan al exgobernante “ganador” no son respetados, que claro, es lo correcto de comprobarse su denuncia.
Las acciones han conllevado la demanda en referimiento de extrema urgencia interpuesta por Fernández para que el órgano suspenda la publicación, difusión y divulgación de los resultados finales y oficiales del nivel presidencial y el anuncio de la JCE de revisar 821 mesas.
Este maremágnum implicó incluso la renuncia “irrevocable” por una hora del miembro del pleno Roberto Saladín y la salida ocurrente de su presidente Julio César Castaños Guzmán de que no hay problemas ni de logaritmo, algoritmo ni método del ritmo.
Gracias hay que dar a la alegría, a la jocosidad que marca a este país, que ha tomado tantas cosas a chiste, porque si no fuese de esa manera, la situación estuviese más tensa aun. Ojalá que esa forma del pueblo manejar las tensiones llegue bien adentro al partido oficialista y a la propia Junta y que prime la transparencia, la veracidad.