La fórmula tiene tres claves
El método para ganar esta batalla pasa por tres variables claves: alimentación sana y balanceada, en los horarios correctos y sin excederse en las porciones, y ejercicio: una rutina que active nuestro metabolismo y equilibre la ecuación entre las calorías que consumimos y las que gastamos. Esto, más que un tema de dietas, es de hábitos. Es decir: esta guerra se gana en la cotidianidad, no con operaciones relámpago.
La obesidad se disparó en México tan súbitamente que al país no le quedó más remedio que convertirse en uno de los abanderados de las iniciativas para reducir el consumo de comida chatarra en Latinoamérica.
Etiquetado nutricional, impuestos a bebidas azucaradas y pasabocas de paquete, regulación de la publicidad de alimentos para niños e intensas campañas educativas han estado desde comienzos de esta década en el menú de las medidas de salud pública orientadas a reducir el exceso de peso de los mexicanos, las cuales afectan hoy al 70 por ciento de la población.
Agustín Lara Esqueda –médico especialista en salud pública, investigador, exdirector del Programa de Salud del Adulto y del Anciano del Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades de México– es reconocido en su país por el apoyo y la recopilación de evidencia a favor de estas iniciativas. Hace poco estuvo en Colombia, invitado por el Centro Latinoamericano de Nutrición (Celán).
Tal vez sabemos mucho sobre los riesgos del sobrepeso y la obesidad para la salud, pero sabemos poco sobre cómo quitarnos kilos de encima. ¿Por qué es tan difícil adelgazar?
Por tres razones principalmente: la primera, porque cuando hacemos dieta, las hormonas envían mensajes al cerebro pidiéndole comida; la segunda, porque nuestro cuerpo es una máquina eficiente en el gasto de energía, y la tercera, porque tiene buena memoria, y si un día se le quita la comida, recordará que debe guardarla en futuras ocasiones.
Profundicemos más. ¿Qué hacen esas hormonas a las que se refiere?
Cuando nos ponemos a dieta, hay hormonas como la leptina y la grelina que le dicen al cerebro ‘tengo hambre’. Otras, como la amilina, impiden que el cerebro reciba el mensaje que dice ‘ya estoy satisfecho’.
¿Y con respecto a la eficiencia energética?
Cuando estamos a dieta, el organismo administra mejor sus reservas y quema menos calorías. Parte de esa eficiencia consiste en que, en lugar de buscar reservas en la grasa acumulada, la busca en otras fuentes. Por eso es tan difícil reducir la panza.
¿A qué se refiere cuando dice que el cuerpo tiene memoria?
Después de terminada la dieta, el organismo queda, digamos, advertido de que hay riesgo de escasez, y evita gastar calorías. Eso explica el efecto rebote: muchas
personas engordan rápidamente después de una dieta. Parece que la evolución nos preparó mejor para las privaciones que para la abundancia. Somos ahorradores por naturaleza.
Habló anteriormente de la panza, y, como secretario de Salud en México, usted buscó estrategias sencillas para que la gente fuera más consciente de su perímetro abdominal…
Sí. Hicimos un trabajo para determinar en la población mexicana, que no es muy diferente fenotípicamente de la colombiana, cuál era el perímetro abdominal en el que no es muy diferente fenotípicamente de la colombiana, cuál era el perímetro abdominal en el que comenzaba el riesgo de diabetes, infarto y otras enfermedades. El resultado fue: más de 80 centímetros en mujeres y más de 90 en hombres. Hicimos campañas para distribuir metros. La gente aprendió a tener un mejor autocuidado gracias a esta simple iniciativa.
El cambio de talla también es un indicador…
Claro. Las mujeres cambian seis veces de talla en promedio a lo largo de su vida, y los hombres, cuatro. El simple hecho de que el cinturón comience apretar está diciendo que ese cuerpo tiene tres kilos de más. Son señales muy fáciles de detectar para comenzar a actuar.
Usted es contundente al decir que jugos de caja endulzados y gaseosas deben ser la última opción de bebida. ¿Por qué son peores los líquidos azucarados que los alimentos sólidos?
No existen alimentos buenos ni malos. Son los ingredientes, la frecuencia y las porciones los que determinan el riesgo. Pero estudios sobre sensaciones de hambre y apetito muestran que los líquidos tienen menor capacidad para producir saciedad que los alimentos sólidos. Con los líquidos, el organismo no toma nota de la cantidad de calorías que está consumiendo. Y así, la persona termina consumiendo muchos azúcares.
¿Es cierto que el dulce nos gusta desde niños o es un gusto adquirido?
Los bebés tienen una fuerte preferencia natural por el sabor dulce, pero está claro que la introducción temprana de azúcares agregados en la dieta de los bebés y niños pequeños puede promover la preferencia por estos en los siguientes años. Ese gusto traerá más perjuicios que beneficios. Los humanos no necesitamos del dulce para sobrevivir.
¿Los impuestos a la ‘comida chatarra’ sí reducen su consumo?
En varios puntos del planeta, como en Berkeley, en California, Estados Unidos, Noruega, Samoa, Australia, Finlandia, Hungría y Dinamarca sí se ha observado que los impuestos redujeron el consumo. En México, las personas en las ciudades compraron en promedio 4,2 litros menos de bebidas azucaradas una vez se creó el impuesto. Algunos modelos de simulación predicen en el caso mexicano que si se reduce el consumo en apenas 10 por ciento, en 10 años se evitarían casi 190.000 casos de diabetes, 20.000 infartos y 19.000 muertes.
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