Petra Saviñón Ferreras
En medio de tanta convulsión, del quehacer diario que nos mengua el espíritu y de la violencia que nos lo atribula, pasamos tantas veces por encima de detalles que por nimios convertimos en irrelevantes.
Enfocados en tanta carga de negatividad, obviamos las obras de personas que actúan porque sí, sin más intención que ayudar, que aportar.
Gente que no tiene cámaras al lado que hagan ver al mundo ver sus aportes, que no manda notas de prensa para que los medios recojan su altruismo.
En los barrios marginados, permeados por la violencia, jóvenes muestran con su trabajo que es posible cambiar el entorno y la percepción de los que vinculan pobreza con delincuencia.
Pero más aun, en la calle, en los vehículos públicos, en tantos espacios es posible encontrar almas cuya calidad y calidez hacen reafirmar la creencia en la humanidad o volver a creer si ya habíamos echado por la borda la confianza.
Son seres que van más allá del materialismo que nos ahoga en la prisa del ser y el tener. Una lista de ejemplos coparía este espacio.
Pero uno no sobra, solo uno de muchooosss. El de esos veterinarios cuya clínica está en el lindero de un sector de clase media y el cinturón de miseria que lo rodea y que con tanta compasión atendieron al animalito callejero lleno de garrapatas.
La perrita dejada en la puerta de la casa de una vecina del lado pobre fue acogida por los muchachos sin el menor asomo de repugnancia, al contrario su ternura y dedicación ni siquiera tuvo que ser compensada en lo monetario, pues rehusaron cobrar y pusieron su establecimiento a la orden.
Así recordamos que no todo es balas y puñaladas, violaciones, intercambios de disparos y tantas otras atrocidades. Que la solidaridad extendida ayuda incluso a reducir esos factores que nos hacen creer que el mal es mayoría.