Margarita Quiroz
En honor a Fernando Elpidio Quiroz Cáceres, mí padre, de Fernando, Angélica María, Rosalina y Adolfina Quiroz Mora, fallecido a las 9:15 de la mañana del lunes 5 de agosto. Tenía 75 años.
Nos despedimos un día antes de tu partida de este plano terrenal, es lo que pienso… y quiero siempre pensar. Sí, nos despedimos papi. Antes, te había pedido la bendición y, aunque ya no podías hablar, moverte, ni siquiera quejarte quiero siempre pensar que dentro de tu profundo silencio sacaste fuerzas, de las ya menguadas, para cumplir mi última petición.
En mi mente y corazón la recibí, cuan bálsamo anhelado y necesario; en ese momento sentí tu omnipresencia, como cuando era niña, y tu salías de casa cada semana a trabajar hacía la Capital: por las noches, al acostarme, susurraba: ‘ción papi’ y una fuerte emoción me hacía confiar en tu escucha.
Tu sabes que ese domingo no quería marcharme, las responsabilidades que, uno asume, la vida impone me obligaron, aunque papi, te confieso, le había rogado a Dios no estar presente durante ese inminente y tan doloroso desenlace.
Como cada día, tras tu enfermedad, dispusimos de todo tu cuidado. Esa tarde de domingo, mi hermano Fernando –tu querido Chiqui- y yo nos despedimos entre lágrimas, y con su recomendación de ‘ve tranquila’. Los dos sabíamos que era un decir… y que rápido tendríamos que volver.
El regreso de La Vega a Santo Domingo me movía a participar en una entrevista con don José Luis Corripio, dueño del periódico Hoy, por los 43 años de su fundación. El director, don Bienvenido Álvarez Vega, nos encomendó, a sus editores, una asignación especial, entrevistarlo como el exitoso empresario periodístico, en su casa, a las 4:00 de la tarde del día siguiente, lunes 5 de agosto.
Papi, te lo comuniqué y quiero siempre pensar que me autorizaste a marcharme, siempre fuiste fielmente responsable con el cumplimiento del trabajo, uno de tus ejemplos y uno de tus mayores legados.
Pero, Dios tenía su plan, a escasas horas cambió todo y nos cambió todo. Impuso, como siempre, su voluntad, tan dolorosa como real, e impidió que ninguno de sus cinco hijos estuviera en la hora programada.
Eras un hombre aún joven, alegre, honesto, solidario, muy trabajador, un artista de la madera y la composición de canciones, siempre quisiste ser artista, amaba leer y nos inculcaste esa pasión. Fuiste un relator de fascinantes historias, que iluminaban las noches oscuras de nuestra infancia, provocadas por los constantes apagones.
A ti te debemos todo papi, y quiero siempre pensar que cuando exhibías ‘el traje de gruñón’, el que se pone todo padre, era porque nos amaba, tu manera de acompañarnos, vigilarnos, educarnos, obediente a una atinada coacción, propia de la crianza de antaño y amenazado por el temor de fallar como papá.
“Yo digo que la coacción es una herramienta indispensable en la vida de los seres humanos. Si tienes la oportunidad de contar con alguien que te llame la atención es una suerte, es indispensable para el éxito, te impone el camino correcto, una coacción bien entendida es una bendición”, dijo don José Luis en una de las entregas escritas por la veterana periodista Ángela Peña, a raíz del encuentro con los principales ejecutivos del Hoy.
Al leer esta inteligente reflexión pensé en ti papi – una vez más- y di gracias a Dios por la forma como nos criaste, de no ser por tus llamados de atención, amor, sacrificio y entrega, nuestras historias de vida fueran distintas.
De nuevo, papi me despido, duele mucho hacerlo, mañana viernes será tu novenario. Es un hasta luego, así quiero siempre pensar, como quiero siempre pensar que tú nos cuidarás y nos dará tu bendición, desde dónde quiera que estés. Recuerda que te amamos.
‘Ción papi’,
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