Petra Saviñón
La autora es periodista
La violencia recrudecida hace de las suyas y una que merece atención es la vestida de atropellos sicológicos, verbales y hasta físicos. De estos, quizás el menos percibido es el primero. Crueldad sutil, con consecuencias devastadoras y poco enfrentadas.
Que las autoridades no asuman los vejámenes con firmeza, con voluntad puede derivar en justicia desesperada por propia mano.
Así, en los centros de trabajo, en las comunidades, en las escuelas ocurren situaciones desagradables que escandalizan y cuyo trasfondo es la humillación persistente y por largo tiempo de una víctima que sin herramientas para defenderse con asertividad, pasa a victimaria.
Una reacción, excesiva fruto de un acoso constante que nadie competente asumió afrontar, frenar ha provocado incluso matanzas, como aquella en La Romana, cometida por un hombre hastiado de que le roben en su taller de ebanistería y de acudir a denunciar sin éxito.
Mató a cuatro hombres, incluidos dos policías y luego fue muerto por agentes de un organismo que nunca le respondió, que lo desprotegió.
Así igual, la tragedia en la que una estudiante apuñaló a otra 16 veces, porque según versiones de sus compañeros, la tenía jarta con sus burlas, sin que ningún representante de esa escuela atendiera nunca el problema.
Entre los casos desacertados está el de la joven que insultó y abofeteó a su jefe y fue cancelada por su acción, y solo entre susurros el resto de los empleados criticaba al superior abusador que la hostigaba y la dejaba en trabajo hasta tarde, por rehusarse a que salieran “a conversar a un sitio más cómodo”.
Esas situaciones dan una idea de la importancia de denunciar las agresiones y de que las autoridades respondan, pues la reacción desmedida del atropellado agranda las desgracias y en nada soluciona males que aunque son relegados, marcan, hieren.
Esto también es seguridad ciudadana y por esto hay que trabajar, por la estabilidad en todos los órdenes. La parte emocional es fundamental para asegurar la paz.