Petra Saviñón Ferreras
Estas navidades vienen cargadas de programas sociales que aligerarían la carga inmemorial de los de abajo, de los que con su voto siempre han colocado y quitado gobiernos, aunque dicen algunos que esa función es en realidad de los empresarios.
Bono navideño, Pinta tu barrio, Ruta de la esperanza y una agenda de actividades tendentes a hacerle estos días más agradables a la gente más vulnerada y empobrecida. Todo luce y suena enternecedor. Amén de que en esta época la sensibilidad está ahí, a flor de piel. Pero… sí, siempre hay un inoportuno pero.
Cuando comparamos la cantidad de tarjetas de 1, 500 pesos (un millón 700 mil) y la de galones de pintura a suministrar (40 mil) con la amplia, ostentosa publicidad y con los actos de entrega organizados con tanto aparataje, queda un desbalance que empaña la acción.
Para entregar la tarjeta, cada institución estatal hace una celebración que implica gastos y que anuncia con bombos y platillos.
¿Cuánto dinero fue destinado a promover esas dotaciones? ¿De verdad es necesaria esa campaña mediática? ¿No bastaba con usar las vías que tiene a su disposición el Gobierno? ¿Había que sacar a esas personas en esos anuncios, mostrar sus rostros como recibidores de ese beneficio, que pagan cada vez que acuden al colmado?
Las políticas públicas deben ser despojadas de esa parafernalia, de ese aparataje que engrandece a los funcionarios, que los coloca como los grandes benefactores de los ciudadanos cuyos recursos manejan y les dejan caer migajas.
Solo resta esperar que al menos esos aportes lleguen a los que sí los necesitan y que las autoridades eviten así los reclamos del año pasado, porque es de mal gusto dar motivo a esos señalamientos y claro, escucharlos.
Acostumbrados estamos, gestión tras gestión gubernamental, partido, tras partido en el poder, a hojear un libro con estilo diferente en cada edición pero fondo idéntico.
¿Con qué vendrán los que sucedan a estas autoridades?