Nelson Encarnación
Cuando a los actores fundamentales del sistema de partidos en la República Dominicana se les ocurrió establecer el llamado voto preferencial sabían que le estaban abriendo los espacios de elección a quienes pueden disponer de cuantiosas sumas de dinero para competir en base a la corrupción de los votantes.
Solo aquellos candidatos que tienen la capacidad para conectar con sus propuestas, lidiando en un ambiente electoral que ha sido maleado por el clientelismo, tienen posibilidades reales de ser electos sin depender sustancialmente del dinero.
Y, de hecho, muchos lo han logrado y hoy pueden dormir tranquilos, sabiendo que las situaciones complejas que han surgido en los últimos meses no les alcanzarán.
El voto preferencial—que en otros países ha servido como un filtro para limpiar de impurezas los órganos públicos—en el nuestro ha potenciado a quienes tenga más dinero para hacerse elegir mediante la compra de votos, algo que se hace a la vista de todo el que se halla en un colegio electoral, y sirve como panal de miel que atrae hormigas.
Hace bastante tiempo que se viene advirtiendo que las grandes inversiones que se requieren para obtener, en primer lugar, una candidatura interna, y, posteriormente, la elección en el puesto que se busca, es uno de los incentivos esenciales para que el crimen organizado se acerque a los aspirantes con ofertas tentadoras.
Quienes logran sobreponerse a las tentaciones son los que aún conservan valor ético y moral que les hace rechazar donaciones supuestamente desinteresadas, pero que en cualquier momento el mismo generoso se encarga de filtrar para que se vea “que todos somos iguales”.
Si los partidos quieren hacerle frente al deterioro creciente que les afecta, deben ir evaluando la conveniencia de regresar a las listas, las cuales en el pasado permitieron que importantes figuras de la academia, profesionales de valía y hasta próceres, accedieran a una diputación y le dieran realce a la función legislativa, a la que no habrían tenido oportunidad de llegar por carecer de dinero.
No basta con tener en el presidente Luis Abinader a un apasionado del adecentamiento de este medio y obliterar al crimen organizado de su designio de llegar, por sí o a través de otros, a la función legislativa y de otros órganos de poder.
El asunto está en la facilidad con que individuos hasta bien conocidos en sus demarcaciones—aquí se sabe de cuál pata cojea cada cual—se enrolan en los partidos y dedican ríos de dinero para alcanzar sus objetivos.
Que se olviden de la decencia en las campañas mientras exista el voto preferencial, sin importar que la intención inicial fuese, supuestamente, democratizar el sistema electoral.