Por María Fals
M.A.Crítica e Historiadora del Arte
Hoy ha sido un día complicado. No sé por qué, será el calor, el boletín del Ministerio de Salud, el ahora tener tiempo para pensar, no lo sé. La mascarilla, el super, el ruido desordenado de un motor que sube y baja y el eco de las voces de los que corren al vacío, al encuentro, liberados, desbordados, sin pensar el que detrás de la mano tendida, el beso y el vaso compartido puede
esconderse el fin.
Desde mi ventana los veo subir y bajar, en sus carros, en sus guaguas, en ruidos infinitos y lacerantes para acallar el miedo, para matar las voces que llaman al buen juicio y al recogimiento. Me cuesta escribir en medio de tanto subir y bajar que me desconcentra, de risas histéricas y de disimulada angustia.
Sin pensarlo, de forma automática, comienzo a ver las imágenes enviadas a mi correo por la destacada artista Marcelle Latour, quien me ha dado el honor de su amistad. La niña interior de su poética va ganando mi atención y me reflejo en los rizos dorados de su ninfa del bosque. Poco a poco va cayendo la máscara que me salva y que me asfixia y me lanzo a navegar en las ondas de un
mar multicolor y a entreabrir las ventanas del eterno resurgir.
Recuerdo que, en conversaciones anteriores, me reveló que comenzó en el mundo del arte relativamente tarde, ya con 28 años, luego de un significativo trecho de vida recorrido. También lo hizo así el viejo Gauguin, quien para escapar del París de fin de siglo y su monótono trabajo de banquero, pintó mundos encantados, tratando de rescatar con sus cuadros su hermosa infancia en
un Perú perdido.
Marcelle es Licenciada en Publicidad, mención Creatividad y Gerencia. En sus inicios como artista visual, tuvo el impulso y apoyo de la maestra de la plástica dominicana Isa de Peña. A través de su carrera se ha destacado como ilustradora, escultora y pintora. También ha realizado obras dentro las artes aplicadas, utilizando con gran acierto el reciclaje, dotando siempre sus creaciones de una terminación exquisita y de un trabajo exhaustivo de cada detalle.
Ha realizado en su proceso de formación talleres de ilustración, pintura y diseño gráfico en la Escuela de Altos de Chavón, en APEC y en la Escuela de Arte Guillo Pérez, así como clases de investigación y práctica de la fotografía.
Entre las exposiciones importantes en que ha participado tenemos la Colectiva de Fotografía “Luz y Color” (1996) presentada en Casa de Teatro, las Exposiciones de Arte Objeto del Banco Central en 1999 y de la Galería Arawak en el 2002, el “Quinto de la Quinta” en la Quinta Dominica en el 2005,
“El Árbol de los Artistas” (2012) en Novocentro y Byblos en la PUCAMAIMA de Santiago de los Caballeros (2019).
Esta creadora se mueve entre espacios bidimensionales y tridimensionales en el ciclo vital de sus creaciones. Su imaginario presenta desde un pez soñador hecho en arcilla y modeling clay, con enorme boca y flores y pétalos en vez de escamas, hasta lienzos donde una madre con los ojos cerrados sostiene insomne el cuerpo de su pequeña amada. El árbol de la vida, la princesa del pelo verde, un cabello azul, las aves del paraíso, la tierra y la luna sabia, también nos esperan sobre las aguas de la eterna realidad de los sueños de esta artista.
Sus buhippies como ella les llama, nos asaltan, portando como casco sobre sus cabezas flores de girasol, margaritas rosadas, mariposas de grandes alas. Sobre collares o lienzos revolotean redondeados, con los ojos enormes, cantando a la naturaleza y al equilibrio interno de lo creado, a ese orden universal, bondadoso y perfecto, que permite a la Tierra continuar girando rumbo al sol de cada amanecer.
El Art Nouveau, la pintura imaginaria de Chagall, la poesía de lo ingenuo, los vitrales del Gótico, el recargamiento de detalles del Barroco, los colores pasteles de la pintura galante y sobre todo la magia de lo auténtico, la luz de la inocencia y el laberinto de un jardín de fantasía, se hacen presentes, ya sea de soslayo o de forma diáfana, en las superficies complejas de las obras que brotan
de sus manos.
Nada es agudo o hiriente en sus volúmenes reales o figurados. Todo es armonía, color y sonidos del cantar de los ángeles. Sus cuadros, sillas y colgantes, sus repisas y porta retratos, sus buhonitos, sus mujeres-hermanas que me miran o me dan la espalda, me calman y me alegran, me hacen sentir y pensar con optimismo. Todos ellos nos convidan a sentarnos a dialogar con el enanito reparador del que habla Silvio en sus canciones.
Tu obra Marcelle Latour constituye una invitación a la ternura, a encontrar el principio femenino en nuestras vidas, a llevar siempre prendida en nuestro pecho la llama de la hoguera de los tiempos.
Es un baño refrescante de alegrías, sin lobregueces ni sombras malsanas, es un punto de partida hacia lo bueno, un camino de regreso hacia lo cierto. Gracias por tus puertas que nos dan la salida, por los ojos sabios de Atenea, la Niké de la victoria, que nos miran desde el rostro de tus búhos y princesas gracias por tu arte, tus objetos y el universo de esperanzas que inspira cada una de tus hadas.