Nelson Encarnación
El pasado mes de octubre falleció el ingeniero Ramón Pérez Martínez, uno de los políticos dueño de una vida tanto intensa como controvertida, hecho luctuoso que dio lugar a que aflorara una vorágine de interpretaciones sobre la existencia de quien muchos conocieron como “Macorís”.
No me extrañó que un gran porcentaje de los enfoques versara positivamente sobre la vida de mi amigo Ramón, pero una parte se inclinó hacia la manipulación y la distorsión de una etapa de su existencia.
Si bien la parte positiva de la vida de Ramón se sobrepone a la negativa, es ésta última la que me proporciona la oportunidad de hacer algunos señalamientos.
Me refiero a la participación de Ramón en una de las etapas más tenebrosas de la historia reciente de la República Dominicana, una breve incursión que marcó la vida política de Macorís.
El involucramiento de Pérez Martínez en la organización conocida como “la Banda” fue de apenas un espacio de tiempo fugaz y no precisamente el período más oscuro de esa asociación de malhechores dedicada al matonismo sin piedad.
El frenesí criminal de ese grupo arrancó justamente cuando Ramón salió del mismo y del país, momento en el cual la Banda sembró el terror más despiadado en la capital y otras ciudades del país tenidas como “bastiones del comunismo”.
La Banda no fue un invento de Pérez Martínez, ni tampoco del general Enrique Pérez y Pérez como se asumía entonces y quedó fijado en la mente de quienes no analizan el contexto en que suceden los hechos trascendentales en una sociedad.
Es más, ni siquiera fue un designio surgido de las ideas de alguien con demasiado poder en el Gobierno del presidente Joaquín Balaguer, y menos aún del entonces jefe del Estado.
Ese grupo de matones por razones políticas fue creado bajo el patrón de los asesores militares de los Estados Unidos para que emprendiera “la limpieza ideológica”, y a ellos era que aludía el doctor Balaguer cuando hablaba de los “incontrolables”.
La mente corta de mucha gente—políticos y periodistas incluidos—ha asumido que los incontrolables de que hablaba el presidente Balaguer eran los jefes de los clanes militares, sin olvidar que aquellos fueron alentados por el mandatario y los podía eliminar cuando quisiera.
A quienes él no podía eliminar eran los enclaves del Pentágono, cuyo designio en todo el continente era eliminar el supuesto “peligro comunista”.
Pérez Martínez quedó enredado en esa vorágine criminal del Pentágono, pero nunca fue un matón.
Fue, eso sí, un hombre de acción que asumía con responsabilidad las tareas que le tocaban.Villa Juana y Villa Consuelo son testigos. Que conste..