María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
“Hijo: Espantado de todo, me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud y en ti.” José Martí, en su libro de Poemas Ismaelillo (1882), dedicado a su hijo.
Leyendo libros antiguos en mi desordenada biblioteca, encontré el Ismaelillo y lo abrí en su primera página. En ella brillaba esta frase, que me acarició con las espinas y delicados pétalos de una “rosa blanca”. Más de un siglo después cobraron nueva vigencia para mí, indicándome, como una vela en la ventana de una noche de tormenta, el rumbo a seguir.
Vivimos en un período de alta complejidad histórica, donde dos pandemias fundamentales asolan el cuerpo y el alma de la humanidad. La covid- 19 puede impedir que el oxígeno, soplo de vida, llegue a cada rincón nuestro cuerpo, pero la pandemia de la incertidumbre y del miedo, de la crisis económica y de la lucha por la supervivencia, puede robar el aire que mantiene en vuelo nuestras alas de esperanza.
Creo que la pandemia ha puesto a prueba nuestros valores, nuestra bondad y nuestros sueños. Siempre recuerdo la leyenda indígena de los dos lobos que llevamos dentro y el zoroastrismo con sus ideas de que en el alma humana pugnan dos principios: el bien y el mal. El final de la leyenda de los indios norteamericanos dice que en nuestro interior triunfa el lobo que alimentamos, mientras el otro languidece de hambre hasta que puede llegar a morir. Depende de nosotros, de nuestro libre albedrío, de nuestra elección, alimentar a uno en detrimento del otro.
En mi caso, cada mañana cuando abro los ojos, veo ante mí una pared azul, un Sagrado Corazón, una mesa con cuadernos semicubierta con notas escolares, planificaciones e ideas que desarrollar en las clases virtuales que a nivel secundario y universitario imparto en 23 secciones de estudiantes, entre ellos adolescentes, jóvenes y algunos adultos en plena madurez.
Estas clases virtuales para los maestros han sido un gran reto en la tarea de instruir y sobre todo en la misión de educar. El docente ha tenido que convertirse en aprendiz de muchas cosas, de nuevas plataformas educativas, de tipos de videollamadas, de las sutilezas del Forms, del Sway, del Teams, del Moodle y del Google Classroom. Ha tenido que ser psicólogo, consejero, publicista, tecnólogo y sobre todo un artista dedicado al buen arte de saber enseñar.
Trabaja muchas veces bajo presión, bajo supervisión excesiva, bajo el desaliento, bajo la falta de empatía del que mira desde lejos y desde arriba su trabajo. Pero aún así ha triunfado la mayor parte de las veces, venciendo la distancia emocional que lo separa del alumno, que desde otra dimensión le acompaña en la aventura del proceso de aprendizaje-enseñanza, usando el portal de una pantalla como en las películas de ciencia ficción.
Quiero hablar ahora de la otra cara de la moneda, de los estudiantes de los dos universos que conozco. Uno de esos mundos está formado por estudiantes de bajos recursos económicos, que esperan que algún familiar le deposite un dinerito para el paquetico de internet, integrado por ese chico que desde el hospital donde les está naciendo un hijo tomaba el celular y se ponía unos
audífonos para poder saber la forma en que los franciscanos construían sus conventos en América, o aquella que convaleciente de covid se sentaba más de una hora para escuchar un repaso de un examen a través de una videollamada.
Los vi subidos en escaleras, pintando paredes con los audífonos en los oídos y pidiendo excusas por estar trabajando mientras estudiaban, los vi en tapones regresando a sus casas del trabajo, sorteando un motor atravesado, un hueco en el pavimento y un transeúnte distraído mientras participaban en la clase hablando sobre las pinturas negras de Goya.
Supe que recargaron donde la vecina que tenía una planta, el celular para tomar un examen de selección múltiple, después de 24 horas sin luz en su sector y vi con dolor como otros, sin decir palabras, se retiraron del grupo de WhatsApp cuando las dificultades fueron tantas que no pudieron continuar.
Pese a todo, la mayor parte, náufragos de esta nave llamada pandemia, montados en la Balsa de la Medusa, continuaron navegando, mirando el barco salvador que los iba a llevar al puerto de ese diciembre cercano, en el que el semestre 2020-2 llegará a su fin.
Del otro lado, tuve la jornada matutina en las aulas virtuales, con mis hijos adolescentes de mayores recursos, con esos seis grupos de chicos que hacen la fiesta de mi día, esos con los que a veces me hago de la vista gorda cuando no quieren prender su cámara porque no les gusta ver su rostro miope reflejado en el espejo de la computadora, ni el acné de adolescente sobre su frente brillante.
De la misma manera me sentía a su edad, por eso los comprendo tanto. Pido a Dios nunca olvidar esa etapa de mi vida para poder ser un poco niña, un poco joven a su lado, para poderlos comprender, guiar y apoyar en estos difíciles tiempos en que les ha tocado vivir.
Aprendo y aprenden junto conmigo como hacer un Sway, un Prezzi, un video de los Derechos Humanos o de la Constitución Dominicana, conocemos juntos del proceso de construcción del Canal de Panamá y de cómo Cipiriano Castro en Venezuela pidió apoyo a los Estados Unidos para evitar la intervención de potencias europeas, haciendo realidad lamentablemente la Doctrina Monroe y el Corolario Roosevelt.
Ganar-ganar, aprendo-aprenden, dar y recibir, recibir y dar. Ser, hacer, tener. La maestra se vuelve la alumna de casi 500 maestros en un proceso holístico y hermoso donde mi lobo malo va muriendo de inanición y olvido. Poco a poco, vamos venciendo la falta de fe, el temor y el desaliento. Salvada ya mi alma por esos casi quinientos escudos de luces y de sombras, pongo la proa al infinito, rumbo a la esperanza.