María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
Jaime Antonio González Colson, puertoplateño, dominicano, nació un 13 de enero de 1901. En el año 1918 viaja a Barcelona becado con la finalidad de estudiar pintura. Pinta con óleo la Puerta Sur de la catedral de Barcelona en el 1919. Entre los años de 1921 y 1922 fue alumno de la Academia de San Fernando de Madrid, donde estudió con Sorolla, siendo compañero de clases de Salvador Dalí.
Al terminar sus estudios marcha a Francia, donde pinta su autorretrato. Allí conoce a Picasso, igual que a Wifredo Lam. También se ponen en contacto con otros cubistas como Braque y Juan Gris. Deslumbrado por este movimiento, entre 1926 y 1928 se vinculó al cubismo. Ya a fines de la década del 30 y en la de los 40 del siglo XX, fue portador de un neoclasicismo tardío, con mucho de la estética de la pintura imaginaria. Debemos recordar que Picasso también tuvo un período de retorno a lo clásico, después del cubismo, antes de su etapa de la Guerra Civil Española.
De 1934 a 1938 está en México, donde se pone en contacto con los muralistas mexicanos. Imparte allá clases de pintura y dibujo durante cuatro años. En ese período, su obra se adentra en lo folclórico de su tierra natal, República Dominicana. Fue el maestro del artista cubano Mario Carreño y sobre él tuvo una gran influencia estilística. En compañía de Carreño, viaja a La Habana en 1938. Luego retorna a Santo Domingo y expone en el país en ese mismo año.
Se mantiene en Europa entre 1940 y 1950, sin embargo, en su obra de esta etapa se aprecia la referencia, la poética de los mitos caribeños que formaban parte de sus raíces, cuya magia ya había prendido en sus trazos. En 1950 retorna de forma definitiva a la República Dominicana, siendo maestro de diferentes artistas como Domingo Liz, Fernando Ureña Rib, Amable Sterling, Rosa Tavárez, Cándido Bidó y Dionisio Blanco, entre otros.
Desde fines de los 40 y durante toda la década del 50, está presente el tema de la negritud en obras como Las Dos Caras y Fiesta en Guachupita, donde puede apreciarse la influencia del trazo geométrico del arte africano, mezclado con la técnica del cubismo europeo y elementos de la distorsión y deformación expresionista.
Colson se adentraba cada vez más en la búsqueda de lo propio y en el desarrollo de un lenguaje plástico personal, que es al mismo tiempo, representativo de lo nacional.
En los trazos heterogéneos de este artista, se observa un fuerte nomadismo, que lo lleva a transitar desde el cubismo a lo académico, desde el onirismo surrealista hacia la distorsión expresionista, siempre con la presencia de un imaginario simbólico. Su dibujo, portador de una gran proporción y de equilibrio, que recrea formas atrevidas, se amalgama con lo afrodominicano y caribeño.
La línea de contorno de sus figuras es muy marcada y su colorido altamente expresivo. De esta forma, construye figuras humanas cargadas de fuerza, de vibraciones melancólicas y reflexivas, portadoras de mundo interno complejo que se revela a través de la mirada. Su composición es cuidadosa, pero sin caer en excesos que la vuelvan rígida y le hagan perder frescura y espontaneidad.
Este artista errante, trashumante como él mismo se definió, viajero en el mundo físico, espiritual y estilístico, fue excepcional en todas las tendencias artísticas que mezcló y cultivó, sin amarrarse definitivamente a ninguna. Su brújula artística se movió entre dos nortes: el Caribe mulato, geométrico, estilizado, sensual y el Mediterráneo medido, estable y equilibrado. Muere físicamente en 1975, pero deja una obra inmortal.
En su obra se captan dos poéticas, dos maneras, dos visiones, dos líneas que se cruzan: una que se enfoca en lo propio y otra que viaja más entre tendencias, siendo ambas portadoras de un arte de alta calidad. Son caminos paralelos que transitó en busca del retorno al grito original, del reencuentro con la esencia de lo humano, que es lo que verdaderamente conduce a la universalidad.