Petra Saviñón Ferreras
La libertad, esa maga que nos hace volar, que nos lleva a puertos tan remotos y seguros pero que no nos libera de riesgos ni vence siempre a falsas libertades, a esas que nos venden como si fuesen la misma cosa…
La libertad, la que nos permite hasta un límite, es tan diferente a esas otras caricaturas que nos convencen de que ser libres es hacer todo lo que queremos. Mas no lo entendemos o nos conviene pensar que todas son lo mismo y por pensarlo…
Por ese concepto erróneo de que somos libres y de que esto nos da la ventaja de hacer y decir todo lo que deseamos, caemos en un derrotero peligroso, justificamos actitudes que nos lancinan, que nos dañan como individuos y como sociedad y lo peor, le aportamos esa noción a las nuevas generaciones.
Entonces, agarrados de que los conservadores siempre están opuestos a lo nuevo, defendemos situaciones como el “derecho” que tiene una menor de edad a bailar de forma sugestiva un dembow o un regaeton, porque bailar es una expresión natural del cuerpo que denota libertad.
Afirmaciones como esas he escuchado ante la avalancha de críticas que ha recibido el cantante Don Miguelo. Ocurre que bailar no es natural, es aprendido, como caminar.
Ocurre que el baile, ese arte hermoso, salvo excepciones, también es una forma de comunicación, de transmitir intenciones y cuando un adulto usa niñas para fomentar el morbo mediante movimientos de caderas y pelvis inapropiados para su edad y hasta para cualquier edad, explota su inocencia y las induce a la precocidad.
Claro que el país tiene situaciones graves, más que esa en la que igual las víctimas son menores de edad pero un mal no puede ser justificado con otro. Al contrario, todos los males deben ser sancionados de acuerdo con su gravedad.
Pero por esa concepción errada de libertad, vemos empoderamiento donde hay cadenas y las mujeres somos arrojadas a la ilusión de un falso poder, que termina por arrojarnos justos al lugar de objeto del que tanto queremos salir.