Petra Saviñón Ferreras
El alma, el ánima, ese elemento intocable, inmaterial, atribuido solo a los seres humanos, motivador de tantas leyendas que aumentan su carácter sagrado, misterioso y hasta aterrador cuando del cuerpo sale.
Esa entidad abstracta es de acuerdo con la fascinante cultura establecida a su alrededor la responsable de los sentimientos, la que alberga pasiones de todo tipo, e incluso de diferencias abismales, como nobleza y podredumbre.
Es extraño que ese ente sea capaz de dualidades tan extremas y sea tan distinta en cada dueño, diferente a los órganos que si son visibles y que sin importar su propietario ejercen las mismas funciones y según el estilo de vida presentan similares anomalías.
Pero más raro resulta que un mismo portador posea tantas disparidades en una sola alma, como si de un conjunto tratase. Así, una misma persona puede ser capaz de los actos más sublimes y de los más perversos.
Paradójico y digno de detenerse a estudiar que el mismo humano que salve vidas sea capaz de arrebatarlas, que el mismo que llore conmovido ante una desgracia, fabrique tragedias con su lengua, invente las más viles calumnias.
¿Será cierto que esto es responsabilidad del alma? ¿O igual estaremos prejuiciados con esa forma invisible y le endosamos acciones en las que nada tiene que ver?
Esa respuesta quizás jamás la obtengamos pero insisto en el estudio de comportamientos tan estrambóticos que dirigen a un trastorno de salud mental.
Sí, es cierto que entre el blanco y el negro hay una amalgama de grises, y que los humanos no somos lineales y por tanto no hay que enrejonarnos en un único concepto.
Mas, igual es verdad que determinadas actitudes sobrepasan lo entendible, lo razonable. Esto sin importar que el alma humana sea insondable, como nos han vendido.
Lo que sí queda claro es que la nobleza y la bajeza pueden convivir sin ningún inconveniente en un mismo ser ¿O tienen pleitos por las noches, al acostarse e impiden al dueño del alma dormir en paz?