Dedicado a mis alumnos de Arte Contemporáneo.
María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
En mis clases de Arte Contemporáneo realizamos un debate sobre varios temas, tocando desde la enseñanza virtual en tiempos de pandemia, el papel del maestro dedicado al área de la enseñanza del arte, la situación del artista contemporáneo y su obra en medio de este salto necesario hacia una
nueva forma de vivir y de hacer las cosas.
El día anterior había finalizado con éxito el XV Simposio Internacional de Historia y Crítica de Artes de la Escuela de Crítica e Historia del Arte de nuestra Facultad en la UASD, donde se había debatido el papel del arte y del artista en estos tiempos complejos. En este evento, además de Maestros y
profesionales relacionados con el área, los alumnos de la carrera de Crítica presentaron un panel sobre la Educación Artística y la difusión del arte a través de la virtualidad en este 2020.
Siendo yo de una generación anterior a la de mis alumnos y con un punto de vista tal vez diferente, pensé que era un tema importante para seguirlo debatiendo en ese espacio que la videollamada me permitía, conectando así con las problemáticas de mis estudiantes, artistas y críticos en proceso de
formación. Así pude acercarme a ellos, saltando las barreras de un micrófono bloqueado, de los problemas de conectividad y de varias pantallas oscuras para cubrir la intimidad del ambiente hogareño o laboral donde se ubicaba cada alumno.
Uno de mis alumnos, joven y emprendedor artista que ama trabajar el hiperrrealismo detallado, me dijo que era el momento de que los artistas abandonaran su posición tradicional y se dedicaran a aprender conocimientos altamente necesarios como contabilidad, diseño gráfico, computación,
curadoría, grabaciones de videos para subirlos a plataformas online y de esta manera mitigar la escasa posibilidad de realizar exposiciones presenciales y poder romper la barrera artista-público.
Otra estudiante, actriz de teatro que ya ha realizado obras a través de plataformas virtuales, considera que el alimento básico de un actor es el público, esa magia que se desprende de su mirada, de su respiración, de sus rostros concentrados en la trama de la obra. Discutimos la posibilidad de volver al teatro primigenio, al aire libre como era hace muchos años, ese teatro de Esquilo y de Aristófanes y del juglar medieval, a los teatros semicirculares, a las plazas, a las calles y a los patios floridos.
Más tarde, una joven estudiante de Crítica me dijo que necesitaba el contacto con la obra para tener un encuentro emocional con su mensaje, para tocar con los ojos y tal vez con las manos indiscretas, la superficie verdadera, sin que Google, Zoom o Teams intervengan en este mundo de emoción y de razón que es el ejercicio de emitir un juicio estético.
Un momento después una artista plástica sobreviviente de Covid, gran pintora y artista, me habló de que el artista debe diversificarse, emprender varios caminos y que si su pintura no puede exponerse, entonces dedicar sus manos a las artes aplicadas, a la talla de madera, al diseño y confección de accesorios, modas, haciendo del arte utilitario una fuente de ingresos.
Más tarde su compañera de estudios me habló de fe, de resiliencia y de poesía, abogando por el poder terapéutico del arte, como forma de catarsis, de encuentro con la propia alma y con la espiritualidad. Defendía así el arte como liberación, como proceso que nos permite observar el universo a través del prisma de lo intangible.
Todos a una voz hablaban de la necesidad del abrazo, del encuentro con lo físico, con el tacto, con lo directo, con lo personal. Coincidíamos que esta época de crisis debíamos verla como una oportunidad de crecimiento individual y social, como un reto a cada uno de nosotros, para extraer de nuestra creatividad nuevas formas, caminos inexplorados, rutas hacia el éxito a través del ensayo y el error, que la tan venerada o criticada tecnología, a veces tan eficaz, fría o imperfecta, es el puente que nos había permitido seguir comunicados y crecer en todos los órdenes, sobre todo en la confianza en nosotros mismos y en nuestras posibilidades.
En ese debate e intercambio de ideas de dos horas de clase, nos dimos cuenta nuevamente de cuán necesarios son “los otros”, nuestro prójimo, al que debemos amar como a nosotros mismos, si queremos como humanidad salir adelante. Concluimos que la virtualidad, de la que nos resentimos tanto, nos había permitido sobrevivir a la pandemia sin enfermar, que solo teníamos que valorarla en su justa dimensión, atravesando con la fuerza del afecto la pantalla, utilizando el arte como lanza, el arte como escudo y la fe como esperanza.