Petra Saviñón Ferreras
La sana convivencia, que implica asumir y respetar ese conjunto de normas que nos convierte en mejores humanos, debe saltar de la retórica a la práctica desde el ámbito estatal, con acciones que la fomenten, que promuevan su plena ejecución.
Esa tarea, está claro, no compete de forma exclusiva a gobiernos, pero deben estos estar a la cabeza en su fomento, implementación, auxiliados por la familia, las iglesias y los centros educativos.
Puesto que en todos lados hay violencia de toda clase, el trabajo para erradicarla debe ser igual multifactorial, enfocado en cada tipo, como si de muchas enfermedades tratase y fuese necesario usar una variedad de medicamentos para sanar el organismo llamado sociedad.
En el hogar las agresiones, verbales, físicas y sicológicas laceran ese núcleo esencial y permean las escuelas, las convierten en antros de burlas y riñas hasta con cuchillos y armas de fuego.
Las iglesias tampoco escapan a este flagelo, vestido allí de encontronazos verbales, de elitismo, clasismo y de segregación a miembros que sienten que los aíslan, que les niegan participación.
Entonces, para reducir y luego erradicar este mal, hay que atacar desde vertientes distintas, según los síntomas, con acciones que contribuyan a propiciar mejores niveles y calidad de vida, más amor propio, respeto al prójimo y espíritu de solidaridad que permita aportar al bienestar colectivo.
Así, con competencias centradas desde charlas hasta formación técnica y actividades culturales, artísticas, recreativas y deportivas, es posible poco a poco crear nuevos espacios de interacción, porque un agresor orientado sobre el daño que causa su comportamiento será un exviolento y un replicador de buenos patrones.
Los mismo un ciudadano capacitado para ejercer un oficio tendrá acceso a otros universos, a una convivencia distinta y a mejorar su estatus, lo que baja tensiones, presiones y lo convierten en un ente más asertivo y apto para convivir en su entorno.
El deporte, la diversión y la cultura son elementos que del mismo modo impactan la siquis y la transforman, de manera que la gente asume con ganas su condición humana y la ejerce a plenitud. Siempre lo contrario será lo menos.
En síntesis, un programa focalizado en estas áreas arroja resultados cardinales para evitar situaciones tan terribles, dolorosas como las peleas prolongadas suscitadas sobre todo en las demarcaciones más carenciadas.
Hora de mirar a esta parte.