El legado impresionante de estos artistas, precursores de varios movimientos, es parte del patrimonio artístico mundial y puede ser admirado, junto al de otros pintores ingleses en museos como The National Gallery, The National Portrait Gallery en Londres, el Louvre en París y El Prado en Madrid.
En el Renacimiento la pintura inglesa estaba bastante rezagada con respecto a la de Italia, Francia, España y los Países Bajos. En el siglo XVII, Carlos I de Inglaterra llama a su corte al genial pintor flamenco Antonio Van Dyck, discípulo de Pedro Pablo Rubens. Este aporta a la pintura anglosajona el paisaje de fondo, el retrato ecuestre, la perspectiva aérea y un mejor manejo de los matices de color.
Ya en el siglo XVIII, la pintura inglesa se había desarrollado ampliamente a través de tres temas fundamentales: la pintura moralizante, encabezada por William Hogart, el retrato con grandes representantes como Joshua Reynolds y Thomas Gainsborough y el paisaje de John Constable y William Turner.
El tema moralizante abarcó la literatura y la pintura era muy popular y a través de él los autores pretendían influir en la sociedad para mantener las “buenas costumbres”.
Hogart, también retratista, hizo tres grandes series de cuadros: “La carrera de un libertino”, “La carrera de una prostituta” y “Matrimonio a la Moda”, a mi entender su mejor serie, donde criticaba el matrimonio sin amor y el mal manejo de las finanzas. Con gran humor negro y detallismo, dejó también un testimonio de los ambientes interiores, del mobiliario y el vestuario de su época, además de una excelente captación de la psicología de los personajes.
Joshua Reynols llegó a ser el director de la academia de pintura inglesa y sus obras fueron altamente demandadas por esa mezcla de realismo e idealización que le permitía plasmar el mejor rostro de sus personajes.
Retrato de bellas damas, de niños y de caballeros elegantes son su legado, rodeados de fondos brumosos sobre los que contrastaban sus detalladas formas. El manejo de la luz, basada en el uso incipiente de los colores complementarios, hicieron que muchas de sus obras se convirtieran en antecedentes del Impresionismo del siglo XIX. Entre sus obras destaca “El Retrato de Nelly O’Brien.”
Thomas Gainsborough, amante del paisaje, recibía más encargos de retratos y se vio obligado a incursionar más en una temática que era menos de su agrado. Para compensar sus gustos, pintó bellos paisajes de fondo que, en muchos casos, cubrieron la mayor parte de la obra. Utilizó muchas veces los colores pasteles, acercándose al Rococó imperante en Francia. Una de sus mejores obras es “El Retrato de los esposos Andrews”.
John Constable creó la teoría del “claroscuro de la naturaleza” según la cual en la naturaleza no existen ni el negro ni las líneas. Por eso utilizó los colores complementarios y las manchas pictóricas para elaborar paisajes de ensueño, llenos de un colorido agradable, contrastante e intenso.
Expuso en el Salón de País de 1824, alcanzando gran resonancia internacional e influyendo en los pintores de la Escuela de Barbizón, en los románticos Géricault y Delacroix y se adelantó a los fundamentos de la pintura impresionista. Su obra “Paisaje con doble arcoíris” es inolvidable.
William Turner, “el pintor de las nieblas de Londres”, no utilizó líneas y sí la mancha de color combinada con la captación de los destellos de luz. Representaba maravillosamente los ambientes tormentosos, el movimiento de un tren, los incendios.
Evolucionó hacia un estilo muy personal con el que se convirtió en un antecedente del Impresionismo, e incluso de la abstracción del siglo XX. Su pintura “Lluvia, vapor y velocidad”, con el tren atravesando un puente bajo la lluvia, está anunciando ya “La estación de Saint Lázaro” de Claude Monet.
El legado impresionante de estos artistas, precursores de varios movimientos, es parte del patrimonio artístico mundial y puede ser admirado, junto al de otros pintores ingleses en museos como The National Gallery, The National Portrait Gallery en Londres, el Louvre en París y El Prado en Madrid.
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