Por María Fals
M.A.Crítica e Historiadora del Arte
En estos momentos en que llegan las imágenes terribles de la invasión a Ucrania, no sale de mi mente un video viral de un tanque aplastando de forma consciente un automóvil guiado por un civil.
Son los ecos de la espiral de las batallas, de los conflictos a los que las sociedades se ven arrastradas para satisfacer los deseos de poder de unos pocos.
La guerra, sobre todo la de conquista, la injusta, la del expolio de riquezas, es un espectro que se levanta sobre la humanidad desde sus orígenes.
Muchas reflexiones sobre sus causas se han producido: llegan a mi memoria fragmentos de una carta que envió Albert Einstein a Sigmund Freud en 1932, reflexionando sobre “¿Por qué la guerra?”.
En ella el gran físico preguntaba al padre del psicoanálisis:
Querido Profesor Freud:
¿Existe algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra?
En general se reconoce hoy que, con los adelantos de la ciencia, el problema se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para la humanidad civilizada.
Esta frase tiene, lamentablemente, una enorme vigencia. Un gran patriota e intelectual latinoamericano, el cubano José Martí, dijo hace más de un siglo: “Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan y los que odian y deshacen”.
A partir de estos dos textos quiero reflexionar sobre las formas en que el artista y su obra, a través de los tiempos, han reflejado el tema de la paz y su opuesto, la guerra, como un mensaje de enfrentamiento entre dos polos, entre el odio y el amor.
En los comienzos del siglo XIX, refugiado en la Quinta del Sordo, Francisco de Goya pintó en las paredes de esa casa en las afueras de Madrid, unos frescos horripilantes, expresión de su angustia por la guerra de la que fue testigo, su frustración por el fanatismo y la ignorancia y su temor a la muerte.
Son hijos de una conciencia atormentada por un posible saturnismo, por las experiencias vividas durante la invasión francesa a España y por su tristeza provocada por el retorno del absolutismo a su tierra natal.
Una de las obras que forman parte de esta serie de las Pinturas Negras es “El Coloso”. En ella se percibe un campo de batalla, donde la gente se enfrenta, muere y huye en un caos del que se aleja hasta el fantasma de la guerra. Solo permanece impávido el burro, expresión de la ignorancia, de la ausencia de compromiso, de la enajenación con respecto a todo lo externo, constituyendo una crítica mordaz a los conflictos bélicos y sus causas.
Este mismo autor en su serie de grabados “Los desastres de la guerra”, trata de forma naturalista los crímenes y la barbarie que los enfrentamientos entre los seres humanos pueden provocar.
Otro español, Pablo Picasso, pinta su “Guernica” en 1937, a raíz del bombardeo fascista a la aldea vasca del mismo nombre. Fue creado para formar parte del Pabellón Español en la exposición Internacional de París de ese mismo año. En él mezcla las características formales de diferentes movimientos como el expresionismo, el cubismo y el surrealismo de los cuales Picasso formó parte.
Se divide en un tríptico, con un triángulo irregular que representa una luz quebrada que sale de una lámpara. Del lado derecho del espectador, una mujer alza los brazos al cielo y grita señalando el punto de donde vienen al mismo tiempo la muerte y la salvación eterna. En el centro, una mano y un brazo sin cuerpo elevan un candil en medio de la oscuridad, mientras un guerrero se deshace sosteniendo su espada rota y dando vida a una flor silvestre irrigada por su sangre.
Del lado izquierdo el toro acecha, nos mira con sus ojos asimétricos y una madre llora desesperada la muerte de su hijo. El caballo sirve de puente, uniendo en su relincho todo el sentir, toda la angustia, toda la impotencia de las víctimas de la soberbia y la ambición.
También Picasso utilizó el tema de la paloma para una serie de dibujos. Uno de ellos se tomó como tema del Cartel del Congreso Mundial de la Paz (1949). Una hija de este gran pintor lleva también este nombre: Paloma, símbolo de la paz.
El artista latinoamericano Fernando Botero también realizó una escultura con la misma iconografía, hecha en bronce y pintada de blanco, con 70 cm de altura que se conserva en el Museo Nacional de Colombia y fue donada en el 2016 por el artista, como alegoría del fin del enfrentamiento con las guerrillas en ese momento.
En 1957 el gobierno de Brasil donó al edificio de la ONU en Nueva York la monumental obra de Cándido Portinari “Guerra y Paz”. Tristemente, al acto de colocación de estos dos paneles en el edificio de la Organización de Naciones Unidas no pudo asistir su autor porque le fue negado el visado debido a sus ideas políticas de izquierda en el contexto de la Guerra Fría.
En esta representación no se aprecian armas. Se usa la simbología del color, basada en el predominio de un azul plomizo en la parte dedicada a la guerra, con las fieras y el guerrero antiguo montado a caballo.
En el panel derecho, los tonos azulados disminuyen y se refuerza el verde de la esperanza en los campesinos, en los obreros, en los caballos y el fondo que sirve de marco a la escena. La eterna dicotomía entre el bien y el mal, entre lo bajo y lo sublime, se siente en cada parte de esta gran obra.
El próximo 22 de abril el círculo del amor abre sus puertas en el Museo de Historia y Geografía con “La última cena” una nueva referencia al mensaje del respeto a la convivencia pacífica, donde el blanco de la pureza y la justicia, el dorado de la bondad y la verdad, se sentirán en la obra de un grupo de artistas que sueñan con un mundo mejor.
Mientras tanto, en el vestíbulo de mi casa, el ave de la paz, pintada por el creador dominicano Nardo Minier, bate sus alas sobre un fondo iluminado, portando la llave de la vida en su pico amarillo, ofreciendo su mensaje a todo el que quiera recibirlo, sobrevolando la desidia y el egoísmo, en busca de forjar un cielo y una tierra donde abrir sus alas y salvar al universo.