María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
Lo bello puede definirse como armonía, como aquello que provoca placer de los sentidos. Lo bello puede estar en todo, en la naturaleza, en la sociedad y en el arte. Para idealistas como Platón, lo bello radica en lo espiritual
La estética fue concebida como campo de estudio independiente de la filosofía en el siglo XVIII por Alexander Baumgarten. Como toda disciplina científica, en este caso la ciencia del conocimiento sensitivo posee categorías diversas que definen la naturaleza del arte y de lo sensible. Las mismas son antinomias, es decir, opuestos que se complementan. Entre ellas destacan lo bello y lo feo, lo sublime y lo bajo, lo trágico y lo cómico.
Lo bello puede definirse como armonía, como aquello que provoca placer de los sentidos. Lo bello puede estar en todo, en la naturaleza, en la sociedad y en el arte. Para idealistas como Platón, lo bello radica en lo espiritual, en el mundo ideal. Para los materialistas se genera por sí mismo, existe fuera de la conciencia humana, pero sólo ésta es capaz de descubrirlo. Su antítesis es lo feo, lo que resulta desagradable. La fealdad, a su vez, permite resaltar la belleza en su eterno contraste.
Lo sublime es aquello que está más allá de la belleza, es un placer que impresiona y crea temor en el alma ante sus alcances que pueden abarcar matices espirituales. Sin embargo, lo bajo es lo degradante de la esencia humana y es más negativo que la fealdad y la maldad. Ambos, lo bajo y lo sublime, se manifiestan en su doble carácter ético y estético.
Lo cómico es una situación poco común que causa alegría, risa contagiosa, pero lo trágico es una situación que provoca tristeza, sufrimiento. Ambos pueden tener valor didáctico, moralizante y constituyen instrumentos para la crítica social.
El arte, profundamente ligado con las categorías estéticas, tiene como base la observación. Se apoya en la capacidad perceptiva del artista que recibe estímulos que van desde una palabra, un árbol reverdecido, los ojos de un niño que sonríe o un destello de luz sobre las piedras. Sólo lo que emociona se aprende.
El artista es un eterno aprendiz, un creador de mundos que complementan a lo lógico, a lo abstracto y a lo racional. Es un investigador acucioso y divergente de la esencia de del origen de las cosas.
Existe entonces una profunda relación, una dialéctica entre el arte y lo científico, lograda a través de ese puente llamado por los latinos aisthetikós.
Éstos se unen en ese punto exacto que es la base del conocimiento: la percepción a través de los sentidos, es decir, la capacidad de observación que nos lleva a captar la información.
El científico razona lo que observa a través de estímulos sensoriales, busca despojarlo del fantasma de lo subjetivo, en una búsqueda del conocimiento objetivo y desapasionado. Así llega a conclusiones que le permiten la síntesis generalizadora y la producción de nuevas hipótesis y teorías.
El artista, en cambio, recrea e interpreta lo que conoce a través de la sensibilidad creadora, de la construcción de un conocimiento subjetivo, emocional, que permite diseñar universos paralelos donde todo es posible, donde el espacio y el tiempo se conjugan en estrellas de luz y agujeros negros.
El arte usa las categorías de esa ciencia imprescindible que llamamos estética. Las utiliza para deslizarse a través de contenidos, formas e ideas. Forja una “Tierra Media” que nace de la materialización del ideal estético.
Conjuga lo bello con lo feo cuando desea mostrar la borrosa línea que separa el mal del bien. Puede hacer reír o hacer llorar, motivarnos a trascender de lo mediocre y lo vacío, conducirnos al envilecimiento con un catártico conejo malo o invitarnos a ascender los peldaños de la sublimidad al son de flautas, violines o tambores.
El cienciarte, ese arte traducido en investigación y búsqueda, encarnado en las manos de su ejército de seres fabulosos es, por tanto, un instrumento para construir nuevos significantes y nuevos significados, capaz de transformar este mundo cada día más árido y menos humanizado, de recordarnos que, tal y como cantaba Mercedes Sosa “ no todo está perdido”, que podemos “ofrecer el corazón” para lograr que el propósito de nuestra vida sea la búsqueda consciente y sensible del bien y la verdad.