María Fals
Fors. M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
En momentos de relativismo postmoderno, en momentos de la superación de la líquida modernidad de Bauman, donde los conceptos divagan y se diluyen en el plasma amorfo y vital de la Gran CRISIS, con mayúscula, la crisis del COVID-19, paridora de milagros de resurrección, en que ya se ha hablado del fin de la historia, del fin de la crítica y del fin del objeto artístico, del fin de la autonomía del artista creador como lo entendemos, yo elijo hablar del papel del curador y del crítico de arte, del comienzo necesario de un nuevo paradigma de la curaduría.
Tradicionalmente el curador era el protector, el guardián, el sanador y conservador de la obra, el curator amable y eficaz que se ponía al servicio del arte, del artista y de su obra, en su papel del intermediario, de organizador y promotor de exposiciones, de objetos artísticos, visibles y tangibles en su mayoría.
¿Qué era entonces la curaduría, bajo este enfoque adecuado a tiempos pasados, a una Edad Antigua de “versos y de flores”?
La curaduría era vista todavía en la década del 70 y principios de los 80 del siglo pasado, como la disciplina que se encargaba de colocar, velar e incitar a la reverencia ante las obras de arte, de proveer a las mismas de toda seguridad para evitar su daño, y vincular el cuidado de la obra a la promoción del artista, en un mutualismo económico e interpretativo.
El artista- cliente del curador- entonces tenía papel preponderante, utilizaba sus servicios bajo la visión de que éste era un ente especializado que tenía la misión de buscar el mejor ángulo y criterio para que el público espectador o comprador se acercara a sus obras.
El artista obraba de la misma forma que utilizamos cuando vamos a un fotógrafo experto para que escoja nuestras mejores poses con la finalidad de poder mostrarlas a los demás. Todavía, en esos idílicos tiempos, el crítico, el historiador del arte y el sabio teórico, desempeñaban un papel fundamental en este hecho que era la visita y la realización de una crítica a una exposición, era el aliado del curador, o a veces el curador mismo.
A comienzos del siglo XXI la curaduría se volvió algo mucho más holístico. En estos tiempos, para ser curador influía, pero no determinaba, tener un conocimiento profundo de la Teoría del Arte, de la Historia del Arte o de la Estética. La Historia del Arte, por ejemplo, había ofrecido tradicionalmente una visión científica y social de la obra, mientras la crítica había ofertado una
visión interpretativa e individual de la misma.
La curaduría se volvió algo más comercial y se separó en muchos casos de la crítica de arte tradicional.
El curador, sin embargo, recordando a Confucio, se convirtió en el justo medio de todo: el justo medio del museógrafo, del crítico, del historiador del arte, del esteta, del publicista, del artista, del facilitador, del mercadólogo, del diseñador de interiores, del guardia de seguridad, entre otros infinitos etc.
Pudimos verlo como una especie de “DIOS PADRE” creador y omnipotente, que tomaba como colaboradores a los artistas, recomponiendo significados, valores, semánticas, sintácticas, en una nueva episteme pragmática, que reforzaba su visión personal del mundo del arte y del mundo-universo cultural del que el arte forma parte.
Sin embargo, tanto antes como ahora, un curador bien formado desde el punto de vista estético y con sólida formación ética, investiga y explora profundamente los aspectos conceptuales, los objetos artísticos y la visión del artista con cuyas obras trabaja.
Indaga y evalúa el verdadero valor de las obras que “cura”, analizándolas individual y grupalmente, diseccionando el discurso
sintáctico que el artista desea llevar al espectador, sin mutilarlo o tergiversarlo, enmarcando la producción artística en el contexto sensible cultural- general en que surge.
La meta del curador tiene que ser la búsqueda infatigable, el observar, el sentir, el interpretar en toda su integralidad e integridad la muestra artística que han puesto en sus manos.
Nunca su trabajo debe estar basado en ofrecer una visión amable y adulona de la misma, sino más bien establecer un diálogo en que ambos interactúen y compartan sus visiones e interpretaciones de una obra autónoma y polisémica que, al ser parida por el artista, crezca, madure y gane autonomía.
Ese universo dialógico artista-curador debe respetar al creador de cada signo-obra, recompuesta y reinterpretada, en un concierto a cuatro manos donde el fin será enriquecer la visión y comprensión de ese Universo por parte del público. Ese tipo de diálogo, o más bien de triálogo cultural, incluyendo al público interpretante en el contexto actual, se ha convertido en un reto paradójico de respuestas inciertas.
Un triste evento recientemente ocurrido es el fallecimiento, debido a la peste de nuestros tiempos, de un antológico curador italiano, Germano Celant, nacido en 1940 en Italia, que acuñó el concepto de arte pobre (Povera) para un estilo nacido en Turín alrededor de 1967, que buscaba demostrar el carácter estético de los objetos industriales abandonados, olvidados, desechados, encontrando su poética cargada de nostalgia y de resurrección.
Forman parte de la historia sus exposiciones de la Galería La Bertesca de Génova, en 1967, seguidas por otra en Bolonia un año más tarde y el espectáculo de tres días llamado Arte Povera, y Acciones Pobres en Amalfi de 1968.
Un visionario como Celant logró colocar a los artistas Mario Merz, Miguel Angel Pistoletto y Jannis Kuonellis, en la mirada del mundo artístico consagrando su arte, y otorgándole nuevamente a la olvidada madre Italia el papel de centro irradiador de arte. Esa misma madre Italia, que hoy afronta una dura crisis sanitaria y económica.
Germano Celant ha muerto, como han fallecido en el ámbito nacional tantos grandes en la República Dominicana y el mundo por el COVID, por la ausencia, por el paso del tiempo o por la pérdida del mundo tal y como lo conocíamos. Nuestro Jorge Severino, nuestra Clara Herrera, nuestra Jenny Polanco y nuestro querido Hinojosa se han marchado también, pero su obra y su recuerdo han quedado para siempre en su eterno trascender.
Una nueva época se nos ha venido encima, una nueva vida transitoria o duradera, que dejará huellas profundas en esta Humanidad, que aún no entiende qué ha pasado ni como resolverlo.
Y en medio de todo esto, está el artista que lleva dentro de sí el germen de la creación, que tiene hoy más que nunca motivos para la catarsis, para decir, ser y hacer. Y en medio de todo esto se encuentra el curador, el promotor, y el crítico de arte, que ya no pueden convocar a un público de carne y hueso al alcance del abrazo físico, del encuentro directo y tangible con la obra y sus discursos.
Esos diálogos entre artista y crítico, entre curador y el público, entre el promotor y creador, se están gestando hoy a través de diálogos virtuales, con el fin compartir obras, proyectos e inquietudes, o simplemente con el fin de filosofar juntos sobre el derrotero de la producción artística y del mundo en general, creando soluciones conjuntas.
De esa forma, la tecnología fría, racional, “distanciadora”, al decir de A. Moles, y al mismo tiempo intermediaria, nos está permitiendo hacer cosas nuevas, exposiciones, charlas virtuales, acercamientos. El WhatsApp, el Zoom, los blogs, los periódicos digitales, la virtualidad en general, permitirán nuevas formas de acercamiento, nuevas formas de curar el arte en medio del distanciamiento social al que nos vemos sometidos.
«Los Diálogos desde el Encierro», de Iris Pérez, la plataforma virtual del Centro Cultural de España para continuar con el programa virtual de «Miradas Contemporáneas», gestado por Miguel Piccini, los encuentros virtuales de Claudio Rivera sobre temas del teatro contemporáneo, las fotografías digitales que pueblan «Desde tu ventana», un proyecto del fotógrafo Moeh Aitar para que los fotógrafos testimonien lo que sienten y observan en este confinamiento forzado, el grupo virtual Arte de Mujeres, el curso de Galería “Guernica” por Zoom «Desde Goya hasta Courbet», que se inicia el próximo 18 de mayo, son simplemente algunas salidas que se han encontrado para la actual situación del arte, la curaduría, la gestión y la promoción cultural.
La curaduría como intercambio de ideologías, de discursos, de gestos y aptitudes -con p y con c-, donde el quehacer del curador se apodera y se mezcla de los quehaceres individuales de los artistas en la realización de sueños conjuntos, no morirá, sólo está cambiando de vestido, como la oruga que se vuelve crisálida. La mariposa está creando sus alas y pronto volará con nuevos colores hacia el firmamento.
El público en general, creador y receptor de estos encuentros y desencuentros entre artistas y curadores, entre creadores y críticos, siempre tendrá la última palabra y buscará un significado, ahora a través de la pantalla de un computador o de un celular, viviendo y disfrutando estos decires y haceres, estos devaneos y encrucijadas, que nos permiten seguir adelante rumbo a la esperanza.