Petra Saviñón
La autora es periodista
Qué doloroso perder a un hijo, la muerte de un descendiente siempre es a destiempo pero desgarra más cuando ha sido por una acción causada por la propia persona que lo trajo al mundo.
Un padre perdió a su vástago víctima del accidente con la detonación de fuegos artificiales durante la celebración del carnaval de Salcedo y sucede que ese mismo progenitor fue quien los estalló.
Ese descuido tan lamentable dejó ocho adultos y 10 niños lesionados, de los que dos han muerto y ojalá ya todo el grupo salga bien.
Terribles las críticas vertidas contra esa persona, que aunque actuó de modo imprudente, no de forma criminal, con la intención de dañar.
Las consecuencias de sus actos son un castigo mayor que cualquier pena contemplada en la ley que regula la fabricación y manipulación de esos artículos pirotécnicos.
Lo ocurrido trae a colación el caso de la organizadora de viajes ilegales que subió a su propia hija en una yola, ese navío zozobró y la joven pereció pero es demasiada la distancia a guardar entre ambos eventos.
Estos son momentos de compasión, de misericordia con las víctimas y con sus familias e incluye al detonador de esos artefactos, que no planeó esa tragedia y con un dolor cuyo tamaño solo él conoce.
Ahora a confiar en la pronta recuperación de los afectados y en que semejante desgracia jamás sea repetida.