María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
Juan Antonio Rodríguez Voigt está inscrito, junto a su difunta madre Maritica y toda su familia, en mis recuerdos más amables de los días posteriores a mi llegada la República Dominicana, allá en la lejana década de los noventa del siglo XX. Viene a mi mente como un joven, que camina entre las sombras del viejo patio de su casa de infancia en la calle Padre Billini y que viene a recibirnos para compartir un grato momento de tertulia cultural.
Ese fue el inicio de una profunda amistad que resurge siempre cuando volvemos a encontrarnos en medio de la prisa y del hacer. Quiero decir que Juan Antonio Voigt, como firma en sus cuadros, ya no es solo aquel chico del recuerdo, no solo es el padre de Sebastián, cuya chichigua un viento travieso hizo volar hacia el mar, ni el progenitor de mi querida Camila y joven abuelo de Elián.
En el 2018 redescubrí a un nuevo Juan Antonio al visitar en la Capilla de los Remedios, su exposición sobre los edificios y calles de la Zona Colonial. Fui analizando que este artista recrea esos lugares que conoce de tan cerca con gran rigor formal y conceptual, que los detalla, los reinterpreta sin deformarlos y nos hace amarlos y vivirlos a través de sus pinceles. Esa noche, en ese espacio de la calle Las Damas, me encontré de frente con su otra faceta, la del maestro pintor de calidad indiscutible, con ojos inquisitivos y manos diestras, que comparte con nosotros los entornos que lo
vieron crecer.
Juan Antonio Voigt nació un 21 de octubre de 1970. Recibió clases de artes plásticas en su infancia con el Maestro Juan Medina. Ya en su juventud cursó estudios de Artes Gráficas y Publicidad en la Universidad APEC. Estuvo trabajando en programas de conservación del medio ambiente como “Basura 0” para reciclar desechos sólidos con fines de utilizarlos en obras artesanales. Este programa contó con el apoyo de GTZ, Grupo de Colaboración Técnica Alemana.
A partir del 2016 comienza a dedicarse de lleno a la pintura, recibiendo la guía y apoyo de los importantes maestros Rafael Medina, Fredy Javier, Miguel Gómez y José Cestero, del que recibe influencia estilística.
En agosto del 2018 realizó la exposición individual de nuestro reencuentro en la Capilla de los Remedios, auspiciada por la embajada alemana, con acuarelas en pequeño y gran formato. En el 2019 pasa a ser miembro de la Directiva del Colegio Dominicano de Artistas Plásticos. En ese mismo año muestra sus obras en una exposición colectiva, realizada por los artistas electos para desempeñar esas importantes funciones.
Entre las técnicas que utiliza Voigt se encuentran la acuarela, que es su preferida por “la versatilidad que ofrece a la hora de expresar el color, las luces y las sombras de la imagen”. También utiliza con frecuencia la aguada en tinta china. Su estilo tiene reminiscencias impresionistas en el manejo del color y, al mismo tiempo, un dibujo firme, con trazos seguros y limpios, a través de los cuales interpreta lo estético de los muros centenarios, del agua de la riada del Ozama y de las puertas de
las murallas.
Entre sus obras se destacan “La puerta de las ruinas de San Francisco” hecha en acuarela en mediano formato, con un punto de vista en contrapicado, lo que permite percibir la monumentalidad y grandeza de esta edificación: También es significativa “La calle arzobispo Meriño”, hecha en acuarela, con sus flores, con el Palacio Consistorial de fondo y el cielo colorido de
un luminoso atardecer.
Otras obras importantes de su trayectoria son “La calle Hostos”, realizada en aguada en tinta china, “La calle José Reyes”, donde trabaja una perspectiva oblicua y perfecta, que se trunca con las paredes vetustas de la Iglesia Regina Angelorum y “El barco Juan Sebastián Elcano” perfectamente representado en dos versiones, una en aguada en tinta china y otra en acuarela.
Delicadeza, veracidad, poesía, amor al patrimonio arquitectónico y urbanístico de Santo Domingo, se entrelazan en la creación artística de Juan Antonio Voigt y nos trasladan a lo perdurable, invitándonos a caminar despacio y detenernos en una nueva mirada dirigida a cada reja, a cada trinitaria en los balcones, a cada barco anclado en el puerto, tomando la vida como un viaje, como un eterno retorno a las raíces de lo ancestral y verdaderamente humano.