María Fals Fors
M.A Historiadora del Arte. Crítica de Arte
José Ignacio Azar Billini nace en el 1968, cuando se iban apagando los sonidos de los bombardeos de la Guerra de Abril, en medio de los álgidos 12 años de Joaquín Balaguer y en un ambiente literario y artístico de altos vuelos.
El pintor Aquiles Azar García, el pintor de los guerreros abstractos, las botellas sedientas de líquido vital y los búhos sabios de la bondad, fue su padre. Su madre es la escritora Lourdes Billini, destacada representante de la literatura de la generación del 60.
En este imaginario de formas y de imágenes literarias, José Ignacio da sus primeros pasos, graduándose a finales de la década de los 80 de la Escuela de Altos de Chavón en el área de diseño gráfico, se dedica a la publicidad, estudia arquitectura y realiza una Maestría en Educación Superior.
Fue profesor universitario de la Facultad de Arquitectura de la UNPHU entre el 2000 al 2005, ha impartido talleres en el Museo de Arte Moderno para el Departamento de extensión Cultural y actualmente es profesor de la Escuela Nacional de Artes Visuales (ENAV)
En la década de del ochenta tuvo el encuentro con alguien a quien él llama El Hombre, ese amigo, padre, hermano y consejero, el Dios hecho carne, que un día respondió a todas sus preguntas y le abrió la puerta que conduce a todas las respuestas.
Su primera participación en exposiciones colectivas se produjo en Altos de Chavón en 1995, en la muestra denominada Cuadrilla. Ha participado en diversas Bienales Nacionales y en el Concurso León Jimenes del que ha sido finalista en el género del Dibujo.
Un momento muy destacado de su trayectoria fue su participación en la XXIII Bienal de Artes Visuales con la obra Lavado de Cerebro. Esta obra posee una interesante composición, constituye un conjunto de doce cuadros donde el mensaje fundamental es cómo el entorno social influye en el ser
humano, condicionándolo a través de reglas inducidas y privándolo de su llama interna y primigenia.
Otra obra destacada dentro su trayectoria artística fue Las Múltiples Caras del Psicoanálisis, un políptico de seis piezas con el rostro de un hombre. Cada una muestra diez años de edad cronológica de diferencia con relación a la anterior, explorando así en el universo interno reflejado en la faz- espejo, mostrando que cada una de estas facetas constituye un ser humano diferente que en el fondo sigue siendo el mismo. Este conjunto pictórico fue presentado en la exposición colectiva
«Universos Paralelos», conjuntamente con las obras de otros dos grandes de las artes plásticas dominicanas: Mariojosé Ángeles y Dhimas Santos.
Otra exposición de alto significado en la que participó y en la que tuve el gusto de conocerle personalmente fue “Hecho aquí: de lo lúdico a lo profano” celebrada en La Vega, en el año 2018. Allí estuvo José Ignacio, junto con treinta y ocho de los mejores representantes de la plástica dominicana, organizada por Martín López, con la propuesta curatorial de Mariojosé Ángeles y con el soporte técnico y la museografía de Raúl Morilla y Miguel Ramírez respectivamente.
En ella presentó una obra referente a la conservación del agua y la importancia de su fluida vibración. Amante del dibujo correcto en equilibrio con la intensidad del color, reflexivo y espiritual, llama creativa contenida por las reglas de lo bello y de lo bueno, ha producido una obra de carácter
psicológico, sociológico, promotora de la conservación de la naturaleza, que exalta también la esencia de lo verdadero e inconmensurable.
Recursos expresivos de la planimetría del Pop, la composición racional y bien concebida, propia del que admira a los grandes del Renacimiento, el cuestionamiento de lo censurable que acontece a nuestro alrededor expresado en claves que rozan lo expresionista, constituyen una parte del repertorio de estrategias de este artista, para llevar al espectador su arte y sus cuestionamientos existenciales.
El corazón como metáfora, centro de vida carnal y espiritual del ser humano, el cerebro también como disciplina, ese que nos salva del sueño de la razón y nos libera del mundo del olvido, la importancia de la conservación del agua, la introspección, los males que acosan al ser humano desde
dentro y desde fuera, son algunos de los mundos paralelos en que nos sumerge este artista en la fuerza de su accionar.
En sus obras más recientes, observo el uso de numerosos símbolos, vinculados a esta etapa de pandemia e incertidumbre que nos incluye a todos. En una de ellas, el salvavidas de la fe defiende al corazón del hombre, mientras el pájaro verde de los sueños oculta sus cálidos ojos con la máscara
del miedo. Veo un cerebro en unos pies que nada piensan, sostenido pero ajeno a la lógica como principio de equilibrio. Entretanto, una lluvia de triángulos deformes, de ojos o semillas, pretende ahogar y asfixiar todo lo bueno.
En otro lienzo, percibo la invitación a que reflexionemos del porqué de tantas cosas, simbolizando la racionalidad de cada uno en un cerebro que nos exhorta a pensar antes de actuar, a poner el corazón y la fe en cada huella que dejamos sobre este espacio terrenal que hoy se reinventa.
La lealdad simbolizada en un perro enmascarado, la calavera azul que circunda un onírico árbol naufragado, un sombrero sin rostro que refleja lo que hoy somos: los sujetos que preguntan ¿Quiénes somos? Y sobre todo ¿Dónde vamos?
Y sin embargo, ya me acerco en mi viaje crítico a una tercera obra, su motivo principal: un guerrero corazón, de pasión y de fuerza colmado, entrelazado con hojas y con lianas. Viene redimiendo pájaros semi abstractos, coronado por un casco que lo protege de balas que carecen de sentido.
La búsqueda de los caminos hacia la espiritualidad como asidero, acompaña a ese órgano de poéticas vivencias y lo colman de sangre nueva y de esperanza.
A través de la obra se siente al artista, a ese José Ignacio Azar Billini lleno de la savia poética y artística que le legaron sus ancestros, al reflexivo y original creador que nos enfrenta a nuestra propia realidad, a nuestras dudas, que se interroga a si mismo y nos cuestiona, convidándonos a seguir adelante, a renunciar al egoísmo, al temor y a la desidia, y enfrentar el futuro con la mente y el corazón desnudos.