Petra Saviñón Ferreras
“Haz el salto y ahora cáete de nuevo” , dijo la profesora de gimnasia a la niña con un tono de voz despectivo que dolía y repugnaba y como era de esperarse la niña volvió a caer.
Su carita blanca, ahora colorada, miró a los padres que esperábamos por nuestros hijos en aquella sala. Apenada lo intentó de nuevo y lo logró.
Ese viejo sistema de educación de corregir con humillaciones, de prohibir al alumno equivocarse, ha creado generaciones de seres inseguros, temeroso de fracasar y ese mismo temor los lleva a errar.
Es como cuando los padres les recalcan a los hijos que nunca servirán para nada y aciertan. Orondos asumen que la vida les dio la razón porque lo profetizaron desde que sus vástagos eran críos.
Pobres, ignoran o pretenden ignorar que su misma actitud es lo que convierte a sus descendientes en sujetos inútiles. Que sus palabras son tomadas como verdades absoluta de forma inconsciente y lo que presagian consiguen.
En ambos ejemplos, es probable que tanto la docente como el padre descarguen sus frustraciones en los alumnos y en la prole y/o que esa sea su forma de mostrar superioridad.
¡Es tan fácil ser fuerte con los débiles y débiles con los fuertes!
Quizás eso mismo fue lo que llevó a tres hermanas a burlarse del pequeño discapacitado con el que compartían un vagón del metro y cuando el padre del niño les llamó la atención encontró al de las burlonas que entendió que sus hijas tenían derecho a expresarse y la instó a seguir con su expresión de libertad.
Cuando mi hija me lo contó apenada le pregunté que hicieron los adultos-nada-respondió.
Qué vergüenza de mundo, que asco compartir el género humano con gente así.