Petra Saviñón Ferreras
La publicidad diseminada en calles céntricas del Distrito Nacional exige igualdad para las niñas. Un grupo de adolescentes la protagoniza, en una valla incluso alertan que no quieren otra campaña.
Cuando una lo lee concuerda en que sí, en que ya hay demasiadas cruzadas y pocos resultados agarrables, tangibles para tantos problemas cuyo fondo no escudriñamos.
En el caso de esta, promovida por Plan Internacional, queda la incógnita de cuáles son las diferencias entre la crianza de los niños y las niñas que debemos erradicar. Pero de todos modos tendemos a sumarnos a reclamos sin tener conciencia de lo pedido.
Quizás la exigencia debió empezar con ese detalle, con el desglose de las desigualdades a las que están sometidas las hembras frente a los varones (aunque ese término, hembra, es de los que no les gusta a determinados sectores).
O a lo mejor lo que debemos propiciar es la erradicación de ciertos modelos de formación hogareña que afectan a los dos sexos.
Los niños también son víctimas de imposiciones, de restricciones antiguas, comunes y eternizadas, que van en desmedro hasta de su esencia humana.
Que los hombres no lloran, que no deben dar quejas a los profesores o a los padres cuando otro niño los molesta, tienen que resolver con su agresor ya sabemos cómo, que no deben ponerse ropa rosada por más que les guste, ni jugar con muñecas, ni hablar de bailar ballet o de hacer gimnasia.
Cuando en una familia muy pobre es difícil que todos estudien, los varones son enviados a trabajar.
Por tanto, no solo las niñas reciben imposiciones que las limitan, que les impiden ser asertivas. El problema es más abarcador y es su raíz lo que hay que arrancar, de cuajo.