María Fals
La autora es crítica de arte
La identidad es un concepto muy amplio que se desarrolló inicialmente en el campo de la psicología, en autores como Sigmund Freud, refiriéndose a lo que caracteriza el yo individual, los rasgos de la personalidad de cada uno de los seres humanos que los identifican con relación a los de otros y los hacen únicos.
Ya en el campo sociológico, antropológico, la identidad pudiera definirse como aquellos rasgos de un individuo que se semejan a los de otros, le dan por ende un sentido de pertenencia a uno o varios grupos de sujetos sociales.
Por ejemplo, hay determinados rasgos que caracterizan a un samanense, su cultura, sus actividades económicas, sus componentes étnicos, las influencias culturales que los han ido formando y lo hacen sentirse parte de una comunidad. Al mismo tiempo esa persona se reconoce dominicano, parte de una nación conformada por una historia común y con características similares en las que se integran especificidades locales.
Rodrigo Vargas Salomón define esa identidad sociocultural como aquello que “se traduce en la definición quiénes somos y quiénes son los otros” (2014, p.5). El sentido de identidad de un grupo va evolucionando a través del tiempo, se construye socialmente y cambia de acuerdo con las nuevas circunstancias históricas -económicas, políticas, sociales, culturales-que se vayan generando.
A través del tiempo, los artistas dominicanos han ido reflejando tanto su identidad individual como su identidad sociocultural, expresando su yo personal, su estilo propio, y al mismo tiempo lo que identifica a su cultura en cada momento histórico. Artistas como Celeste Woss y Gil a comienzos del siglo XX, en un acto de rebeldía contra la hispanofilia y la doble moral a la belleza mestiza predominante en la República Dominicana, mostró a través de los cuerpos desnudos que pintaba, toda la dignidad, todo lo hermoso de ser y sentirse dominicanos.
Jaime Colson, el viajero que recorrió mundos diferentes, en su diáspora pintó un mundo mitológico de raíz taína y afro dominicana a través del El Baquiní y La Ciguapa del Camú (1938) que al “unir elementos imposibles de conciliar en la vida real” como las heridas y las flores, los cuernos y las cabezas humanas, su obra se vuelve surrealista a través del mito, hace posible lo imposible, expresando artísticamente un sistema de creencias.
Darío Suro refleja en El Violinista (1946) lo mestizo expresado en las manos oscuras que tocan un violín europeo, rompe paradigmas al vestir al músico con un pantalón rosa y a la mujer con un atuendo azul, mientras una niña que lo contempla se cubre con un vestido verde, en una convergencia de antinomias.
Gilberto Hernández Ortega, en sus mujeres blancas expresó la premonición de su partida física y en las negras la vida, la alegría, la sensualidad. En los ojos sin pupilas de sus personajes y en La Barca (1960), nos llevó de regreso a lo profundo, a su misticismo compartido, usando como remos las líneas quebradas y sintéticas de la
influencia cubista y del arte caribeño.
Ada Balcácer ha captado, a través de la fuerza del color y la limpieza de sus trazos, al Bacá azul, la transparencia de la atmósfera del trópico, las formas sinuosas que caracterizan nuestros cuerpos, a los “abanicos de mar, al cabello frondoso y ensortijado de los habitantes de esta tierra, a todo aquello que nos hace un sentido, un saber
compartido.
Iris Pérez hace su arte innovador, que conjuga identidad, denuncia la violencia de género, emana espiritualidad de todo aquello que toca su sensibilidad, representando desde la Luz del Mundo, que irradia su fuerza desde una cruz en el Santo Cerro, hasta la creación de un arte participativo, en pleno proceso de construcción, que hace
homenaje a los que ya no están físicamente, pero que continuarán presentes para siempre en la memoria colectiva, luego de la tragedia del Jet Set.
Geo Ripley, un alma compleja y diversa, ha reflejado en sus obras sus búsquedas científicas y espirituales, creando un multiverso donde converge “el todo”, el cemí y el orisha, la virgen de la Altagracia y las telas africanas, en un decir que somos una mesa en construcción perpetua, con tres patas fundamentales a las que se le han sumado y
continúan sumándose muchas otras que le dan continuidad y trascendencia.
La mesa es nuestra y está servida, del banquete de la identidad todos somos parte, cada uno con su individualidad y su yo colectivo, con su exclusión y pertenencia, con sus dudas y certezas, pero con un alma común: la dominicana.
Referencia:
Vargas Salomón, R. (2014, septiembre). Reflexiones teórico-metodológicas en torno a
la identidad, a partir de las aportaciones de los tres sociólogos clásicos: Marx,
Durkheim y Weber, Intersticios Sociales núm. 8. Zapopan, México.
https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2007-
49642014000200002