Margarita Quiroz
Esta semblanza la escribí hace cinco años, el 6 de noviembre de 2014, con motivo de su cumpleaños número 60, bajo el título «Soy periodista las 24 horas del días». La dejo tal cual… porque para mí él no ha partido. Hoy celebramos tus 65 años de vida. Felicidades
Su formación revolucionaria influenciada por las enseñanzas de grandes líderes políticos como Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez, lo moldearon, como si se tratara de barro crudo, hasta convertirlo en lo que es hoy: la firma Leo Hernández, uno de los mejores periodistas de este país, estratega político, hombre bien informado, pero mejor ser humano, esposo y -por ende- padre.
Más de 40 años lleva batallando en el fascinante mundo del periodismo. “Cuando se siente pasión, se es periodista las 24 horas del día”, se le escucha decir.
Casi siempre viste el traje del académico, nunca encarcela sus conocimientos, al contrario, siente pasión y entusiasmo por enseñar.
Lo que es hoy como profesional se lo agradece a su madre, María Crecencia de la Rosa (doña Chicha) y a su papá de crianza, José Mariano Peña, también un gran revolucionario, fundador del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y que la ingrata historia política de este país se ha encargado de mantener en el anonimato.
Cerebro de la comunicación
Leo ha dirigido 14 departamentos de
comunicación de instituciones
oficiales y asesorado a los
principales líderes políticos del país.
En 1986 le rechazó a Joaquín
Balaguer la designación de
encargado de Prensa del Gobierno,
“lo que hoy considero un error”.
Trabaja en el Banco de Reservas.
Su familia. Leonardo Hernández de la Rosa nació en Santo Domingo un 6 de noviembre, hace hoy 60 años.
Sus padres, oriundos de La Vega, emigraron muy jóvenes a la capital. Vidal Hernández, su papá biológico, se dedicaba al comercio y doña Chicha a las labores domésticas.
El Creador quiso que su prole fuera bastante grande, pero muchísimo más es el amor que este dedicado padre siente por cada uno de sus hijos, 15 en total, procreados con varias parejas, y que ya le han dado siete nietos.
Jonathan, Lee, Leo Junior, León, Victoria, Leíto, Elio, Gretcher, Leandra, Fénix, Leonela, Rommy, Lianel, Leo y Sarah Leonor conforman la gran familia de los Hernández, en donde el común denominador es simplemente quererse y respetarse como buenos hermanos.
La clave del éxito de este hombre como padre se traduce en amor y, ese es el sentir de sus hijos. A ellos les ha dado lo que el esfuerzo de su trabajo le ha permitido, inculcándoles valores y contagiándoles el casi enfermizo afán por el trabajo.
Ver una escena junto a sus hijos, mimándose, disfrutar de sus eternas ocurrencias y carcajadas así como escucharlo hablar de sus amigos leales o de su gran pasión: el periodismo, sin dudas mueve a envidia.
Leo comparte el otoño de su vida con su “Negrita” (esa soy yo), a quien conoció cuando era jefe de Redacción del vespertino “Última Hora”, a finales de los 90, y juntos han (hemos) procreado a dos de sus siete hijas: Rommy y la más pequeña, Sarah Leonor.
Los recuerdos de su infancia en el legendario sector de San Carlos se vuelcan casi siempre en su memoria. Recuerda sus paseos con su papá Vidal, los juegos en bicicleta con sus amigos, su vida escolar en el Liceo Panamericano, el día en que las tropas norteamericanas invadieron al país en 1965 y hasta su primer amorío.
El desenvolvimiento profesional de un periodista brasileño, enviado a cubrir las incidencias de la ocupación norteamericana, enquistó en Leo el gusanillo por esta profesión. Años después fue becado en la Universidad Central del Este, de donde se graduó. En su memoria también se vuelcan los días cuando José Francisco Peña Gómez lo subía en una tarima en la Casa Nacional del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), donde por casualidad de la vida vivió junto a sus padres, para que le leyera los discursos que el líder perredeísta escribía y luego casi declamaba, con su voz ronca y embriagante, en el programa radial “Tribuna democrática”.
A los 17 años se graduó de bachillerato en Pedagogía, pero antes de concluir sus estudios y, con tan sólo 14 años, se vio obligado a viajar a Costa Rica donde recibió sus primeros entrenamientos en lo que fue denominado Estructura y Formación de los Partidos Políticos.
‘‘ Mis años más difíciles los viví
en Miami, cuando me
desempeñé como Encargado de
Negocios del Consulado
dominicano, emocionalmente toqué
fondo, pero como siempre me
levanté»
Pipigua. Era el más joven de la clase, incluso dentro del grupo de 18 dominicanos que el PRD envío, entre los que se destacan Gustavo Montalvo, actual ministro de la Presidencia y Miguel de Camps, hermano del presidente del Partido Revolucionario Social Demócrata, Hatuey de Camps.
A su retorno se internó en Castillo y luego en Villa Riva, donde creó el Centro de Formación Política. Bosch, en ese entonces, líder y fundador del PRD, le entregaba personalmente, al “Pipigua”, 60 pesos mensuales para el mantenimiento del centro.
Aunque muchos piensan que el sobrenombre de Pipigua se lo dio Bosch, realmente fue puesto a Leo por sus compañeros del Panamericano, queriendo hacer referencia a su baja estatura, pero como el destacado líder político y escritor le llamaba de esa manera, muchos, que le conocen de esa época, aún creen que él fue el responsable.
Pese a la firme encomienda que lo llevó hasta el nordeste, su pasión por la Comunicación nunca se apagó.
Editó el periódico “Renovación” y, desde 1971 al 1975, se convirtió en corresponsal para “Última Hora”, bajo la firma de Víctor Araujo, esposo de la periodista Zoila Puello.
Su compadre César Medina, quien era jefe de Redacción de Radio Cadena Informativa, lo trajo de vuelta a la capital. Leo hacía para este noticiero la sección “Pulso del país”, en la que entrevistaba a los líderes políticos del país y de ahí redactaba una nota para “Última Hora”, que era publicada gracias a su también compadre Aníbal de Castro.
Cuando Castro es nombrado director de “Última Hora” Leo entra como reportero. “Recuerdo que llamé a Aníbal para felicitarlo y él me dijo: ‘tú vienes para acá’; entré a cubrir la licencia postnatal de Cándida Figuereo y a los diez días ya estaba nombrado”, relata.
Su maestro
El periodista Gregorio García Castro,
fue su mentor. A este destacado
periodista, asesinado durante
uno de los gobiernos de Joaquín
Balaguer, lo recuerda, 41 años
después, con gran admiración y
lágrimas. De él aprendió la chispa
para redactar no sólo las noticias
del diarismo y que dieron a conocer
su firma, sino también “Trizas”,
la columna de humor político
del diario que era escrita, cuando
“Goyito” ya no estaba, en ocasiones
por él y otras por su gran
amiga y comadre Sara Savarín