Petra Saviñón Ferreras
Con un pedido de auxilio interpretado por sus opositores como ¡Por favor, invádannos! El primer ministro de Haití, Ariel Henry, clamó a la Organización de Naciones Unidas que intervenga en la crisis que afronta su país.
Así, de convulsionado sigue, sin rastros de cambios, nuestro vecino y para muchos nuestro hermano casi siamés con el que compartimos este terruño (nos guste mucho, poquito o nada)
Ese ruego generó un mar de reacciones allá y aquí. De aquel lado con revueltas en rechazo y artículos y análisis de aprobación. Aquí con opiniones de “versados” que apoyan y censuran y con una protesta ante la sede de la ONU en repudio.
El miércoles fue apostado un barco de Estados Unidos frente a la capital haitiana, la caótica Puerto Príncipe, y ese mismo día arribaron el subsecretario de Estado, Brian Nichols y el subcomandante del comando Sur, Andrés A. Croft.
Algo han logrado esas acciones, pues el líder de la pandilla G-9, Jimmy Cherizier, para más señas Barbecue o Barbacoa, en aborigen, pidió una amnistía para la coalición de bandas que lidera y a cambio desbloquear la terminal petrolera de Varreux, la principal. Claro, quiere negociarlo con un representante del gobierno.
En lo que el hacha va y viene y después de que exigiera a Henry la renuncia, es posible que quien claudique sea el hombre que junto a otros desaforados ha llenado de terror, de dolor y espanto a su pueblo, en nombre de la justicia social.
Ojalá que la salida a este atolladero no sea otra intervención como aquella de 1915 o el regreso de la Minustah (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití) porque esa población merece mejor suerte.
Hasta hoy, las teorías nada logran y las soluciones anteriores solo ahondan su abismo.