Petra Saviñón Ferreras
Los más viejos recuerdan aquella vez en la que la fiebre porcina asoló la producción de cerdos y claro, afectó en grado mayor a los pequeños criadores, que ni siquiera pueden llamarse porcicultores, pues eran agricultores que usaban sus conucos y sus patios para criar esos animalitos.
Ahora, tantos años más tarde ocurre lo mismo y el trato a esa enfermedad es similar. Las brigadas llegan a los criaderos y sacrifican los puercos, con la promesa de pago y mientras el ministro de Agricultura pregona en los medios de comunicación la entrega de cheques, perjudicados denuncian que esperan hace un mes por la compensación.
Tal como en la ocasión anterior, suben las denuncias de que matan animales sanos, alcancía de muchas familias pobres y de que los resultados de los análisis llegan tarde, hasta con un mes de retraso, después de que los marranos han muerto y esto impide que les paguen.
Igualito que aquella vez, hay quejas de que en algunas zonas los “servidores” públicos que matan a los puercos cargan con la carne, que es de suponer no será para consumo humano, aunque los médicos ya han dicho que no es dañina, en caso de estar contaminada.
A todo esto hay que anexar otro elemento, la denuncia de que los sacrificadores negocian ese sacrificio con los propietarios para no ejecutarlo y que en otros casos, actúan en contubernio con gente que busca dañar a esos dueños y reciben y acatan las informaciones sobre la enfermedad en esas pocilgas, aun cuando es falsa.
Sí, esas mismas afirmaciones surgieron en el gobierno de Antonio Guzmán, cuando fueron eliminadas miles de pequeñas granjas y todos los cerdos negros desaparecieron del país y ahora tenemos solo los amarillos, que al paso que va esta situación,ojalá no pase igual, sino ¿Cuáles vendrán?