Petra Saviñón Ferreras
La autora es periodista
Desde antes de que concluyera el año lectivo, ya los padres andaban al garete en busca de cupo para sus hijos y desde entonces escuchan la respuesta matadora de ilusiones “tamo llenos”.
Cuando asumió, el ministro de Educación, Ángel Hernández, casi gritó que si para este ciclo escolar que arranca el 28 de agosto había un plantel sin concluir, renunciaba. Fue una afirmación muy osada.
El país está lleno de centros a medio talle, algunos ya pueden presumir su adolescencia de bloques y cemento, y ojalá no lleguen a la adultez, pero por el camino que llevan los trabajos ni nuestros nietos tomarán clases ahí.
Claro que espero equivocarme, que de repente las faenas arrecien y todas las infraestructuras por entregar estén listas para el retorno a las aulas en dos meses. Mas, ninguna magia puede contra esta realidad de carencia de espacios para tomar el pan de la enseñanza.
Mientras las escuelas en construcción son afectadas por controversias entre el Minerd, los contratistas y las denuncias de la Asociación Dominicana de Profesores, progenitores con documentos en manos recorren lugares y hasta imploran cabida.
Esta paradoja que choca con aquel lema de “nadie se quede fuera” obliga a los padres escasos de recursos económicos a inscribir a sus hijos en colegios pequeños que a veces ni siquiera están registrados en el sistema estatal, con toda la gravedad que implica.
A otros, el mismo Estado que promociona el ingreso a las aulas, los excluye, los deja al margen, al negarle los espacios para que puedan hacer eso que tanto sugieren “nutrir su intelecto con conocimientos que le ayudarán a mejorar su calidad de vida”.
¡Qué cosas!