Petra Saviñón Ferreras
A estas alturas del partido, los golpes de Estado son un atentado a la democracia que vulnera la estabilidad conseguida sobre sacrificios enormes de los pueblos, incluido derramamiento de sangre.
Si el presidente de Bolivia Evo Morales fue víctima de uno, es necesario investigar y aplicar sanciones. Aunque en su despedida no lo citó en ningún momento y en cambio jugó a la víctima, al afirmar que la trama era por su origen.
Si el derrocamiento de un gobernante es una afrenta, igual son un irrespeto a los logros constitucionales, a la paz y en este caso a la capital boliviana y a la otra, los intentos de perpetuarse en el poder a costa de lo que sea, hasta de la legalidad.
Morales, el primer aborigen que asumió la presidencia de su país, hizo una primera buena gestión, redujo el analfabetismo, lo que sus defensores sacan a relucir, elevó el orgullo de los indígenas, que pese a ser mayoría estaban relegados, discriminados.
Sus logros están ahí, obvios, tan evidentes como que su obsesión por perpetuarse en el poder cual caudillo, le cegó al punto de perder el equilibrio y caer.
Desde su primera vez, en 2005, forzaba la legalidad para permanecer en esa silla tan codiciada y cual aquella canción de Alberto Cortez, que habla de una vueltita más, cayó de forma estrepitosa.
Un jefe de Estado que ha maltratado sin miramiento la Constitución para seguir en el gobierno, incluso ahora perdió una consulta para repostularse y acudió a la Suprema Corte de Justicia, suya, que le avaló el derecho a aspirar nueva vez.
Luego vino el apagón largooo en medio del conteo de votos (cualquier parecido con República Dominicana…) y cuando volvió la luz apareció arriba con un 10%, porcentaje mínimo para ganar en primera vuelta.
La Organización de Estados Americanos, que le aprobó el plebiscito, acudió a investigar las denuncias de fraude de la oposición y en su informe reportó que sin lugar a dudas hubo anomalías.
¿Por qué un mandatario autodefinido progresista no pudo ver más allá de su propia ambición personal? ¿Por qué no propició a otro candidato de su partido?
Tal vez enfermó de ese mal que ataca con frecuencia a los dignatarios, el complejo de Hybris, que los vuelve arrogantes, petulantes, para su propio infortunio.